Los
Salen de la nada, abarrotan la calle. Unos hurtan lo que pueden, otros simplemente toman fotografías, envían cadenas y sacan sus hipótesis de cómo llegó el cadáver a su barriada o reconstruyen en sus cabezas o a vox populi los detalles del homicidio o del accidente.
A veces tienen razón, otras se dejan llevar y recrean historias asombrosas. La curiosidad los impulsa, pero al final, es el morbo por la escena sangrienta los que los convierte en buscadores de cadáveres. El sol apenas comenzaba, el 24 de febrero, a calentar cuando el cuerpo de Bruno Allio Bonetto (59) quedó sobre el pavimento al lado de su camioneta. Dos sicarios lo mataron. Los habitantes del sector Don Bosco colapsaron la calle en cuestión de minutos.
La Policía luchó con ellos para alejarlos del cuerpo y para que le dieran espacio para recoger las primeras evidencias, los casquillos de balas. En el momento que levantaron la sábana de cuadros, un tanto colorida, todos se apiñaron. No querían, después de unos 45 minutos debajo del sol, perderse algún detalle del muerto o del movimiento de los detectives de la Policía científica. Sin remordimiento escanearon a la víctima. En sus rostros se observaba asombro y frialdad para con quien era su vecino y aquellos parientes que lloraban disimuladamente. Juan Flores estaba entre la multitud y cuando fue cuestionado sobre lo que sentía al observar a Allio, respondió: “No lo disfruto, creo que más nunca lo haría, pero es curiosidad, nunca había visto un cadáver tan de cerca”.
Enfrentan el temor
Catalina Labarca, psicóloga y socióloga, explica que esto se debe a la oportunidad de enfrentar el temor que las personas sienten por el final de la vida. De una u otra forma, observar la muerte ajena, los traslada a cómo podría ser la suya. Aquel que se acerca a detallar un cadáver que no conoce o que no es familiar es para conocer o tener una idea de cómo ese ser humano llegó allí.
En un simple vistazo se contabilizaban unos 50 curiosos alrededor del carro de Freddy José Viloria Vásquez (57), a quien asesinaron unos atracadores cuando su vehículo se apagó. Ancianos, trabajadores, lugareños y estudiantes del sector Pomona se percataron del homicidio antes que la Policía llegara. En un momento de frenesí y deseo por ver más de cerca a la víctima se abalanzaron sobre el Caprice, blanco. Se apartaban unos a otros con los pasos, apoyaban sus manos y sus rostros sobre los vidrios. Los 20 oficiales que arribaron al sector no bastaron para alejarlos ni los cinco metros que recomiendan los investigadores.
Los detectives colectaron sus evidencias casi de los pies de los averiguadores. Al preguntarle a un grupo de curiosos por qué se atreve a quedarse en una escena del crimen y ver con detalle al occiso, las respuestas más comunes entre ellos es para saber de quién se trata o qué le pasó. Ellos no reconocen ni identifican el efecto psicológico que los conlleva a acercarse a quien perdió la vida, de hecho, admiten que nos le agrada ver la sangre. Labarca como especialista lo confirma, revela que las personas que viven esta experiencia la llevan a la vida real y logran naturalizar la muerte del otro.
Dañan la investigación
Cuando entran en acción los detectives para levantar la escena del crimen, en muchos casos, la encuentran alterada. “Las personas que llegan primero que los policías caminan muy cerca al sitio del suceso y patean la concha de un proyectil”. En ese momento la evidencia es movida, queda en otra posición que no es la original, explica un funcionario del Eje de Homicidios de la Policía científica. Otro caso común es cuando el lugar del hecho es un espacio cerrado. Familiares o allegados ingresan al sitio, tocan cualquier cosa (paredes, sillas, mesas) y dejan huellas que no tienen relación con el caso. El experto añade que los casos donde se pierde evidencia, como documentos o celulares. “Si hay un carro involucrado, lo primero que los familiares quieren hacer es llevarse el vehículo”. Descartándolo como pieza clave para la investigación.
Tras el asesinato de Oclides Villalobos, los curiosos se asomaban por las ventanas para observar cómo la sangre quedó esparcida en el interior.