La Gran Colombia fue más un proyecto aéreo y bien intencionado, que una realidad concreta. Como entelequia geopolítica se valió del prestigio alcanzado por su proponente principal: Simón Bolívar, y por las acciones militares exitosas de una oficialidad audaz y competente
¿Qué le ocurrió a la Gran Colombia para desaparecer tan rápido en apenas 10 años de existencia, 1819-1830? ¿Por qué el proyecto geopolítico de Bolívar de alcance continental no tuvo sus partidarios y continuadores en el tiempo? ¿Por qué luego de la Gran Colombia nos hemos empequeñecido como territorios, culturas y naciones que apenas cuentan en la llamada gran Historia del Mundo?
No es fácil teorizar en torno al auge y la caída de los grandes imperios, civilizaciones y potencias como lo hace de manera muy acertada Paul Kennedy. Además, la experiencia de la Gran Colombia como potencia en su momento es un tanto sui generis y muy pocos estudiosos se ha detenido en ello. Para empezar hay que decir que la Gran Colombia fue más un proyecto aéreo y bien intencionado, que una realidad concreta. Como entelequia geopolítica se valió del prestigio alcanzado por su proponente principal: Simón Bolívar, y por las acciones militares exitosas de una oficialidad audaz y competente.
Cuando se trató de poner orden en los llamados territorios liberados cundió el desorden, la improvisación y la inexperiencia. Bastaría con remitirnos al Gobierno de Sucre en la nueva Bolivia para constatar los inmensos retos de unos militares sin vocación ni pericia para mandar en la paz.
Las tendencias federalistas, regionales y provinciales contribuyeron en ahondar las contradicciones cuando se les impuso por vía de decreto, y no de acuerdo, ser regidos por sistemas de Gobierno centralizados desconectados de esas particulares problemáticas. A su vez, las nacientes oligarquías regionales que hicieron la guerra para acrecentar sus privilegios y poderes, nunca estuvieron dispuestas a seguir un proyecto de carácter continental totalmente extraño a su propia idiosincrasia y cortas miras.
Tampoco se supo lidiar con los generales y caudillos victoriosos que exigieron una inmediata recompensa a sus esfuerzos bélicos. La paz supuso un reto, incluso mayor, que los enemigos pro realistas en tiempo de la guerra. Sin ciudadanía educada se creyó que por decreto ésta aparecería. Las tensiones entre los cabecillas de la Gran Colombia fueron creciendo en intensidad hasta llegar a la inevitable ruptura y confrontación.
En realidad fueron muy pocos quienes en ese entonces internalizaron la gran idea de la unión gran colombiana. La balcanización territorial fue el resultado lamentable, aunque lógico, de un nuevo proyecto sin el consenso adecuado para transcender en el tiempo. De gran tiburón terminamos como las sardinas y viéndonos nuestro propio ombligo.
Para los Estados Unidos la disgregación de la Gran Colombia fue una excelente noticia, y a partir de entonces, sus gobernantes se dedicaron, a llenar su vacío a través de sus marines, bananeras y standards oils. La arrogancia estadounidense ante nuestra propia incapacidad en responderles de la manera debida, llevó a desplantes tales como el del Presidente John Adams, cuando señaló lo siguiente: “Las gentes de Sudamérica son las más ignorantes, las más intolerantes, las más supersticiosas de todos los católicos romanos de la Cristiandad… Ningún católico en la Tierra mostró devoción tan abyecta para con sus sacerdotes, superstición tan ciega como ellos… ¿Era acaso probable, era acaso posible que…un gobierno libre… fuese introducido entre tales gentes, sobre tan vasto continente, o en cualquier parte de él? Me parecía tan… absurdo como… lo sería establecer democracias entre las aves, las bestias y los peces”.