Se
Cruzarse con un grupo de niños que van a la escuela vestidos con sus uniformes blancos, muy bien arreglados y sonriendo, es una imagen que invita a la esperanza. Pero esta adquiere un tono trágico cuando se da con un fondo de miseria, simbolizado por senderos llenos de basura y casas que apenas se pueden sostener. Sin duda es admirable el tesón con el que estos niños deciden vencer obstáculos sociales y económicos, muchas veces con sueños modestos que para algunos pudieran no valer la pena, pero que para ellos son su gran impulso. Sin embargo, más que celebrar estos triunfos de la voluntad humana se debería condenar que hay hombres y mujeres que contribuyen a poner los obstáculos, personas disfrazadas de “protagonistas de la historia” que terminan siendo asesinos físicos y morales.
Pero lo anterior sería entrar en una lógica que solo llevaría a continuar en la misma situación de olvidados de la sociedad en la que se encuentran estos niños que van a la escuela, y muchos otros como ellos. Con la condena al culpable la víctima no cambia su situación, y si bien pudiera encontrar cierta sensación de justicia al ver cómo se castiga a quien le hizo mal, al final lo que más desea es superar la situación que le ha hecho daño. Tal vez por ello estos niños no se detienen a buscar culpables y deciden al menos intentar superar la situación adversa en la que se encuentran.
Cuando deberían aprender los dirigentes políticos de estos niños, dejando de señalarse entre sí y empezar a construir propuestas. Se acostumbran tanto a buscar el poder que se concentran en empujar al otro para pasar, y olvidan para qué quieren llegar a estar de primeros en la fila. Así, la política se ha convertido en un conflicto en el que el único objetivo es sacar al otro. Mientras tanto millones de personas observan esta lucha con una mezcla de perplejidad, un poco de vergüenza, y sin duda llenos de desesperanza al ver en manos de quienes ha terminado gran parte del destino colectivo. Estos millones muchas veces están tentados a actuar, pero sin saber por dónde empezar.
Tal vez un buen punto de partida sea construir desde los escombros. Esto pudiera sonar utópico en una sociedad en la que la sobrevivencia se ha convertido en parte de la rutina cotidiana. Pero son precisamente estos sobrevivientes a los que les ha tocado reconstruir países, no a aquellos que se ponen de pie frente a un micrófono a jugar con la esperanza de miles mientras ocultan sus ansias de poder. Y para ello, como los niños que van a la escuela, se sobreponen a la tentación de buscar culpables y salen a buscarse un futuro. Tal vez hoy en Venezuela precisamente haga falta una nueva lógica en la que el señalarse abra paso a que cada quien desde su espacio busque soluciones que estén a su alcance; invitando así también a quienes se comprometieron a dirigir un cambio a que lo hagan desde una nueva lógica mas propositiva y menos embarrada en la búsqueda del poder como fin último.