Castillo de naipes

Hay quienes se atreven a acariciar la idea de que los demás cambien su paradigma de vida, sustituyendo la propia personalidad por una personalidad huésped que no es la auténtica

La autenticidad ante todo, ello es lo que nos diferencia a unos de otros y lo que hace medir cualitativamente la dimensión personal y entre muchas cosas el don de gente de cada cual.

Cuando una persona se aliena a sí mismo en procura de una reestructuración en la concepción de la vida, porque ha encontrado a alguien digno de emular y pareciera invertir calidad para el resto de su existencia en la que la evolución personal lo catapultaría hacia la consecución de cosas buenas y útiles para sí y para los demás, está dejando de lado lo propio para copiar otros enfoques. Lo cual pudiera traducirse en una rectificación de rumbo, o mantener el rumbo pero rectificando. Por lo que no siempre es conveniente o prudente desairar el propio yo, aventurado a imitar o escuchar a quienes en apariencia son mejores personas, porque nos podríamos llevar una decepción.

Cada cual sabe cómo es, cuáles son sus debilidades y virtudes, cada quien aborda el mundo según la propia visión y hay quienes se atreven a acariciar la idea de que los demás cambien su paradigma de vida, sustituyendo la propia personalidad por una personalidad huésped que no es la auténtica. Algunas personas consiguen su cometido, a través de influencias cautivantes por aparentar ser dignas de admiración y otras lo logran para sojuzgar lo bueno en beneficio de lo pérfido.

En momentos en que la vida pudiera colocarnos en actos de especial reflexión, haciendo la “mea culpa”, para mejorar como seres humanos y en donde ha podido influir grandemente una persona que habías colocado como un ejemplo de virtud y sensatez por sus dichos; entonces evalúas que la rectitud en ella es una línea zigzagueante o tortuosa a conveniencia, que no hay respeto por las normas porque las aplica selectiva y alcahuetamente, porque su aparente moderación es sólo una mampara para encubrir su carácter escandaloso, que nunca ha sido íntegra porque se devanea entre el oportunismo y las apariencias; porque es connivente con lo inmoral y lo espiritual no es más que una blasfemia.

Como un castillo de naipes derribado por una sorpresiva brisa, así quedan sobre el piso las falsas virtudes que emperifollaron en algún momento, a quien blandeando estandartes de decencia y rectitud, ahora descubres que es puro cuento.

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