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Solo la obsesión ideológica de un régimen en agonía puede explicar su comportamiento económico. Es inaudito, que cuando el país sufre un empobrecimiento creciente a causa de una inflación indetenible y un desabastecimiento de alimentos, medicinas y bienes de todo tipo, aunado al deterioro de los servicios públicos y la caída sostenida de la actividad económica, el régimen solo repita las mismas medidas, que han convertido a Venezuela en la economía con peor desempeño del mundo.
Se continúan desmantelando las instituciones de la economía de mercado; confiscando empresas; estableciendo controles y regulaciones; acosando al sector privado; interviniendo el sistema de precios; liquidando los estímulos a la productividad; exacerbando el intervencionismo y el tutelaje estatal. El ministro de la Defensa es el gran jefe del Órgano Superior del Comando para el abastecimiento soberano y seguro, con poder sobre todos los demás ministros del área económica. Estos son simples subordinados del jefe militar. Estamos aplicando la “revolucionaria” medida de distribuir bienes a domicilio (CLAP) y obligando al trabajo forzoso a los trabajadores (resolución 9855), como en la Rusia de Stalin.
La política económica no va más allá de la simple ilusión monetaria de hacer constantemente nuevos aumentos de salarios, que cada vez se quedan más atrás del incremento de la inflación. Con sobrada razón la Academia Nacional de Ciencias Económicas ha afirmado, que “se siente obligada a manifestar que la economía no es un escenario de guerra que puede ser conducido con base a órdenes y controles ni el grave desabastecimiento agroalimentario se reduce a un problema de logística militar. Políticas intervencionistas de este tipo han producido la deplorable situación que hoy padecemos, reiterando los desaciertos que han empobrecido a la población”.
Como lo afirman especialistas, “las crisis no tienen piso”, y este año la nuestra se agravará con un decrecimiento del PIB mayor al 10 por ciento y una inflación que se acercará al 500 por ciento. Se requiere entonces un cambio político que supere la obsesión ideológica reinante, para que así ocurra también el cambio económico que el país reclama.
Este régimen está metido en un hueco y cree que la salida es seguir cavando, es decir, seguir repitiendo los mismos errores. Ya es hora entonces de dejar de cavar. La salida está en la adopción de otras perspectivas: en trepar hacia lo alto, con sentido lógico y práctico, en busca de una economía social de mercado como la establecida en la Constitución de 1999.