Cinco castas sobre la misma tierra

Foto: Agencias

En nuestra Edición Aniversario #25VerdadesdelZulia contamos con la colaboración de la reconocida periodista, escritora e historiadora zuliana Marlene Nava con este artículo sobre las cinco etnias indígenas que habitan en el Zulia

De los primeros habitantes de América, en el Zulia se sembraron hasta nuestros días cinco grupos, descendientes de los arawacos, los caribes y los chibchas.

En razón de las consecuentes persecuciones a partir de la conquista en el siglo XVI, se arrebujaron en las montañas occidentales de la serranía de Perijá y en las estepas del norte del Zulia bañadas por aguas del Golfo.

Y allí perviven. En defensa de la herencia patrimonial de sus antepasados y de la tierra que se cultivó con las cenizas de sus ancestros. Allí transitan los mismos ríos y los mismos bosques y las mismas dunas.

Entre sus tejidos de cada día y la promesa de sus dioses, que comparten una columna vertebral: la poética esencia de sus mitos y de sus credos.

Los wayúu o guajiros

Fue el propio Maleiwa, su julaulashi (jefe o autoridad superior), quien le ordenó al wayúu -durante la Creación- que no podía pelearse con sus hermanos, que los hijos de esta tierra prometida tenían que vivir en paz y respetarse.

Y esa es su Ley. Desde entonces, desde la soledad primigenia de sus dioses Kaí (sol), Kachi (luna), Mma (tierra), Warattui (claridad), Pluushi (oscuridad) y Shulliwala (estrellas); que rigen sus destinos, ellos han ido ocupando estos territorios, en un peregrinaje que les tomó siglos, desde las Guayanas en su raíz arawaca, hasta esta sabana de dunas y desiertos que les fue refugio en el tránsito de la invasión española.

Habían salido en migración desde el sur, desplazando sus pisadas hacia la Amazonia unos; y otros alcanzaron las Antillas. Era el año 150 antes de Cristo.

Su hogar es una cuchilla de la Península de la Guajira que recibe el eterno saludo de Jepirachi, el viento del nordeste, cuando peina los cujíes y levanta los arenales. Y que recoge las bendiciones de Juyá, el dios de la lluvia, una vez al año- en el juyapu o invierno- sobre las tierras agrietadas.

Tres centinelas sobre la llanura, las serranías Macuira, Jala´la, Cojoro y Cocinas, cuidan la serpenteante bajada de las aguas de sus ríos, el Limón y Ranchería, en busca del poniente.

Los wayúu son el pueblo indígena más numeroso de Venezuela, donde representan cerca del 8 % de la población del Zulia.

Nadie los penetró antes de la Independencia, tan aguerridos en la custodia de sus tierras, en la que cultivaron el pastoreo por los siglos de los siglos. En el camino, se hicieron comerciantes, en secular intercambio mercantil con holandeses e ingleses. El ganado sigue siendo su principal riqueza y fuente de mayor prestigio. Además, el pastor imbrica su ganado a rituales que marcan su ciclo vital.

Los wayúu han enhebrado entre sus chinchorros una sociedad matrilineal, organizada en clanes. Se saben nación y aplican un sistema autóctono de la administración de la justicia. El pütchipü o pütche’ejachi, “palabrero”, resuelve los conflictos entre los diferentes clanes. Y “según la sangre” o apüshi, el alaula o tío materno mayor es quien ejerce la autoridad. Otro personaje de gran importancia en cada comunidad es el piachi’, insuflado de un espíritu protector Seyuu, que le permite curar.

El wayúu cree en el más allá: un día deja atrás sus ganados y sus tejidos y sus orillas y su clan y va a reposar en Jepira, un lugar de paz en espera del eterno viaje de regreso al Todo.

Los Añú o paraujanos

Fueron sus antepasados testigos del inesperado arribo de Alonso de Ojeda a sus canales, en 1499, ya habitantes de la Laguna de Sinamaica, circundada por el mangle, la enea y coloridos peces y aves.

Paraujanos fueron llamados por sus vecinos los wayúu reconociéndolos como los hombres de los mares. En efecto, han sido las aguas su sustento y hábitat, su musa y germen.

El agua baña todos sus mitos y leyendas, toda su cosmogonía. Creen firmemente que nacieron del agua y, a partir de este credo, se reconocen parientes de la naturaleza.

Unas 3.481 personas forman actualmente esta agrupación que en gran parte sobrevive aún de los 1.500 kilómetros de aguas que es esta laguna, su razón de ser, de existir. Habitan, no obstante, otros poblados: San Rafael de El Moján, Isla de Toas, Isla de Maraca, Isla de Zapara, Isla de San Carlos e Isla de Sabaneta.

La pesca y la cestería, marishy, tejen sus días y sus noches en la forma más tradicional de subsistir. La muerte es un regreso al fondo de las aguas, “en el mundo que se hundió hace años”, donde Ayuyei formó a Warushar, la laguna, con las crecientes de los ríos; y donde se encuentra la felicidad.

Los barí

Los barí acunan sus tiernas canciones entre las selvas que habitan las serranías del Catatumbo, en el encuentro de Colombia y Venezuela. Es un pueblo que maneja un idioma de origen chibcha y que se armó en pie de guerra durante siglos en manifiesta rebelión contra la ocupación de los blancos.

Fue solo a partir de 1772 cuando desde Maracaibo se realizó un contacto pacífico con estos poblados. Pero la resistencia se reinició y prolongó hasta mediados del siglo XX.

Fundamentalmente, debido a la expansión de las haciendas hacia la serranía y el comienzo de la explotación petrolera. Flechas contra fusiles y aviones. Todavía lloran el sacrificio de haber cedido a la fuerza dos tercios de su territorio. El fogón les comanda la vida en los malokas (casas comunales) que les son vivienda, hogar, punto de encuentro familiar.

Se agrupan en 35 comunidades con 1.503 habitantes. Algunas son Saymadoyi, Bokshi, Karañakaek, Dakuma, Barísagba, Ogbaya, Bashishida, Ischirabayiro, Yera y Aragtogba.

Ahítos de la paz de las montañas, cultivan, cazan, pescan y recolectan en la selva y en los cursos de los ríos a cuyo lado se arrebujan. Sin muchas complicaciones armaron su credo: Sabaseba vino del poniente. La tierra era un caos y Él la ordenó, disponiendo el sol, la luna y las estrellas. Y cuando cortó una piña, de su frescura, nació el primer barí; y de las siguientes toda la parentela, toda la sociedad.

El resto de los seres se conciben como surgidos de la ceniza de Sibabi, una anciana que -tras devorar a su nieto- fue quemada por el padre del niño. Esperan alcanzar uno de los seis cielos que existen sobre la tierra, presididos por el sol y Sabaseba, el que vino de occidente.

Los yukpas

Cabalgan en la frontera entre Venezuela y Colombia estos yukpas que arrastran en su lengua la huella del aguerrido pueblo caribe que habitó las playas del norte venezolano. Su antiguo territorio abarcaba desde el valle del río Cesar hasta el Lago de Maracaibo. Y religiosamente acuden al mercado para ofrecer su café de la Sierra.

Hoy forman 42 comunidades: Tokuko, Sirapta, Ipica, Wasama, Toromo, Pishikakao, Yurumutu, algunas de ellas. Se asientan en aldeas de casas rectangulares distribuidas a modo de fortaleza, con paredes empalizadas de yarumo, caña brava, bahareque y tablones, con el techo de paja u hojas de palmas y piso de tierra.

Sus autoridades son el kapeta, jefe mayor; el tomaira u organizador de ceremonias o cantos; y el tuano, médico tradicional y chamán. Los idus de marzo son anuncio de la quema y cultivan de forma escalonada: el primer año hermanan el maíz con el frijol, el segundo yuca, el tercero banano; cultivo que se toma vida de la mano de las mujeres, mientras los hombres se dedican a la cacería por esos montes.

El matrimonio se celebra con una ceremonia ritual, tan trascendente que oficializa la paternidad: sin la boda, los hijos concebidos serían solo de la mujer.

Los japreria

Todavía hoy luchan por su identidad; se saben una etnia diferenciada. Comparten con los yukpas la serranía de Perijá, en los valles de los ríos Lajas, Palmar y Alto Guasare. Y como ellos, hablan una lengua que se emparenta con los caribes. Antiguamente, se les llamaba “motilones mansos”.

En algunas cuevas de la zona hay huellas de una posible presencia humana dos milenios antes del presente, de grupos que ocuparon la cuenca durante el período colonial, así como de sus antepasados dedicados a la cacería de guácharos.

Es infinitamente rica la producción artesanal de los indígenas.

Los wayúu se distinguen por la fabricación de tapices, chinchorros, bolsos (susú), bandas. Con brillantes colores, como las salidas del sol, las plantas, los pájaros de estas tierras bañadas de luz: el guacamayo, los loros y el cardenal; hojas de cambiantes verdes; junto a grecas, líneas y puntos.

La cestería es propia de los pueblos de la Sierra perijanera, los yucpas y barí. Para su elaboración, usan la palma, el mangle, la tapara. Entre los wayúu existen talleres, como los de Luis Montiel, Tere González y Alitasía.

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