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Dice Emil Cioran (1911-1995) que: “Todos los hombres son más o menos envidiosos; los políticos lo son completamente”. En un medio políticamente primitivo donde las constituciones solo representaban una formalidad, una concesión a la época de las luces, en realidad mandaba el jefe o caudillo que tenía la bravura para imponerse a través de la violencia. A diferencia de los EEUU en que el imperio de la ley dio fisonomía a la nueva nación que surgió del colonialismo, en Venezuela y América Latina se impuso el militarismo de los machetes y lanzas. Los tiranos asolaron ruinas circulares sin plan nacional alguno. La idea de un poder concentrado y centralizado en un solo polo: Caracas, otra herencia de Bolívar, chocaba con el diseño que la geografía había modelado en las distintas regiones y provincias, auténticos países autónomos, como los Llanos, los Andes, el Oriente, el Sur y hasta Maracaibo.
La más famosa guerra entre compadres es la que sucedió entre Cipriano Castro (1858-1924) y Juan Vicente Gómez (1857-1935). El primero, prototipo de un nacionalismo barato, fue un trastornado mental. Solo su audacia irresponsable ante rivales endebles de un liberalismo amarillo decadente le hizo marchar desde el Táchira hasta Caracas hacia la toma del poder total. Su lugarteniente, en realidad, una sombra muda y agazapada, el brazo armado de la Revolución Liberal Restauradora (1899), fue el mismo que enterró en Ciudad Bolívar a los caciques territoriales en 1903 y terminó por aplastar al general Manuel Antonio Matos (1847-1929) y su Revolución Libertadora (1901-1903). En el acecho paciente, en la construcción de los hilos de la red como una araña, esperó y esperó hasta concretar la traición.
Volvemos a Cioran en su “Escuela del Tirano”: “Si las acciones son fruto de la envidia, entenderemos por qué la lucha política, en su última expresión, se reduce a cálculos y a maniobras apropiadas para asegurar la eliminación de nuestros émulos o de nuestros enemigos. ¿Quieres dar en el clavo? Hay que empezar por liquidar a los que, desde el momento en que piensan con arreglo a tus categorías y a tus prejuicios y han recorrido a tu lado el mismo camino, sueñan necesariamente en suplantarte o en abatirte. Son tus rivales más peligrosos; limítate a ellos, los otros pueden esperar. Si me adueñara del poder, mi primera ocupación sería la de hacer desaparecer a todos mis amigos. Proceder de otra manera es malvender el oficio, desacreditar la tiranía”.