Este
Siempre he tenido admiración por el olor de Maracaibo. Desde muy chiquita el aroma a frutas olorosas a calidez como caujil, mango, níspero, limón, plátano y coco, involucrados con olores a arena de playa besada por el sol, brisa lacustre y agua salobre, atraparon para siempre mi afecto, haciendo imposible apartar mis sueños y realidades de este territorio amoroso e impredecible, al cual ha quedado atada toda mi existencia, inmersa entre un mágico lago de acompasado oleaje y un cielo azul sin límites. Nada se parece tanto a los olores de esta tierra como el recuerdo de una antigua y colorida piragua, repleta de habitantes dicharacheros, solidarios y optimistas, oriundos de los pueblos de agua, compartiendo sabores ancestrales de la región, removidos por el cercano sonido de una gaita del Saladillo.
Ahora este olor a Maracaibo añejo y legítimo, no es el mismo. Hoy nuestra ciudad, abarrotada entre esquinas, calles y avenidas por impresionantes toneladas de basura urbana, huele a desperdicios amontonados sin destino seguro. No sólo han quedado relegados los tradicionales aromas de un pasado añorado, sino que el ambiente sin olores agradables, motivadores e inspiradores huele a olvido, abandono y silencio inoportuno.
Hace tiempo que no percibimos el singular olor a Maracaibo. Huele a cualquier cosa, menos a ciudad conocida, amada y necesitada. Desde el año pasado el incremento de la basura se ha acelerado, llenado la atmósfera de olores inadecuados y desacostumbrados. Ahora la excusa está replanteada en el sistema automotor encargado de la recolección, evidenciando que más de la mitad de los camiones disponibles no están funcionando por falta de repuestos e insumos automotrices. El Imau sostiene que sólo están trabajando 40 camiones, disminuyendo el servicio recolector por fallas mecánicas en los colectores y la ausencia de transporte idóneo, sin posibilidad de nuevas adquisiciones por el poco presupuesto asignado, incidiendo en la elevada presencia de desperdicios en las principales parroquias citadinas, afectado con mayor severidad el casco central por su ubicación territorial, comercial y laboral con más personas en la zona, quienes interactúan en áreas sin olores que los identifique e integre como ciudadanos, habitando una ciudad desconocida.