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Hace más de medio siglo que los colombianos miraron hacia Venezuela como su destino prometido, atraídos por la incipiente prosperidad petrolera que motivó a gentes de otras latitudes a probar fortuna en un país donde los recursos humanos eran escasos y no estaban preparados para enfrentar el reto del desarrollo que traía la bonanza petrolera.
Vinieron de todos los continentes y de Latinoamérica; la mayor cuota vino de Colombia. Todos llegaron con sus maletas llenas solo de conocimientos, experiencias y muchos deseos de trabajar. Hoy muchos de esos inmigrantes son exitosos empresarios que generan empleo y oportunidades para los nativos.
En la base de la pirámide de la producción agropecuaria y de la construcción, los colombianos hicieron el trabajo más recio. Fueron ellos quienes descuajaron la selva del Sur del Lago para transformarla en cultivos que le otorgaron al Zulia la primacía en la agroindustria del país. Y qué decir de la construcción donde sin exagerar podemos afirmar que no existe un edificio en las ciudades del país donde no esté impresa la huella de la mano laboriosa de un colombiano.
Nunca será tarde para reconocer la abnegación lealtad y cariño de las trabajadoras del hogar, quienes fueron hasta madres sustitutas haciendo posible que sus patronas se superaran profesionalmente. A Venezuela no trajimos pobreza, ni hemos sido una carga para el Estado; trajimos sabiduría y laboriosidad con inventiva y creatividad, y hemos pagado con nuestro trabajo honesto; la hospitalidad que nos dieron en esta tierra generosa.
La pobreza hoy afecta a los venezolanos en general y a los residentes colombianos en particular, a tal extremo, que si un compatriota quisiera retornar a la patria con sus ahorros, la astronómica devaluación del bolívar sería un disuasivo para no intentarlo.
Nuestro deporte en todas las disciplinas tiene su fértil semillero que germina en exigentes competencias en escenarios internacionales.
Gabriel García Márquez posee su rutilante estrella en el firmamento de la literatura universal y en Harvard y en La Sorbona, los docentes colombianos se desempeñan con lujo de competencia solo para mencionar dos de las más prestigiosas universidades del mundo, pero son muchas la instituciones que solicitan y aprecian nuestro intelecto; pues saben que previo a un estricto control de calidad, el principal producto de importación de Colombia es la inteligencia y el trabajo.