Comandos policiales, pequeñas cárceles en Zulia

Los su00e1bados colapsa el CICPC por la visita. (Foto: Josu00e9 Nava)

Iris Varela se negó a abordar el tema de la sobrepoblación. No le interesa declarar sobre los retenes. “Creo que es más importante la base de misiones, que hablar de El Marite”

Duermen de pie, no se bañan, comen, con suerte, una vez al día, orinan o defecan en ambientes libres o se turnan el único baño; sus traslados a tribunales son eventuales y satisfacen sus necesidades sexuales con sus compañeros, a quienes apodan “la reina del arroz con pollo”. Los calabozos de los comandos policiales se convirtieron en pequeñas cárceles en Zulia. Los policías temen motines y suplican el desahogo, pero el Ministerio de Asuntos Penitenciarios se desentiende y engaveta sus peticiones.

El colapso comenzó en septiembre de 2013 con el cierre de la Cárcel Nacional de Maracaibo. En cuestión de meses, la población del Centro de Arrestos y Detenciones Preventivas El Marite pasó de 700 a miles, ni siquiera las autoridades tenían un número exacto de cuántos reclusos hubo. Las extorsiones se incrementaron desde sus pabellones y en 2016 empezaron a ocultar camiones robados en sus instalaciones. El Gobierno ordenó evacuarlo y en solo tres meses se sobrepoblaron los calabozos de Polisur, GAES, Polimaracaibo, CICPC, CPBEZ y PNB. 

“Estamos inaugurando una base de misiones y yo creo que es más importante la base de misiones que El Marite”, declaró Iris Varela, ministra de Asuntos Penitenciarios, al preguntarle sobre el colapso de los comandos policiales y la reinauguración de la nueva cárcel del estado.

Precariedad

“Sarna, tenemos sarna”, gritaban los presos al tener de frente a los periodistas. En el calabozo de homicidios de la Policía científica conviven 52 reos, en un espacio construido para 10. Un ventilador oxigena el área. Apenas pueden moverse, se turnan para dormir y para usar un baño. En la Subdelegación Maracaibo, 120 presos están en un búnker, sin luz ni ventilación. La población crece, al menos un 10 por ciento por día, comentó un oficial. “Todos los días tenemos nuevos detenidos”.

Desde hace un año, encerraron a Jesús, un hombre alto, moreno, de unos 35 años, en los calabazos. Sobrevive por la consideración de oficiales y reclusos. Su familia vive lejos, no tiene comida ni agua para tomar ni bañarse. En el CICPC se deben llevar botellones de cinco litros.

Generalizado

Osman Cardoso, comisionado nacional de Polisur, explicó que ya han oficiado a la Fiscalía y a los entes competentes, pero no han recibido respuesta. En sus tres celdas albergan 161 detenidos, entre ellos cinco mujeres, cuando la capacidad es para 60.

Los reclusos se alimentan de lo que le llevan sus familiares. En las pequeñas celdas se turnan para sentarse. No tienen actividades. En el tiempo de ocio planifican sus fugas. En noviembre de 2015 se intentaron escapar unos 25 reos. Humedecieron la pared para abrir un boquete. En diciembre se evadieron 30 y solo recapturaron 21. En abril de 2016, huyeron 11 reos a través de un hueco en la pared.

El CPBEZ se negó a dar cifras sobre sus calabozos. Un policía comentó, extraoficialmente, que sobrepasan el 50 por ciento de su capacidad. En el Comando Policial Libertador-Bolívar, en el centro comercial Plaza Lago, los reos duermen unos encima de otros. Cuelgan tres sábanas en la única ventana que tienen y se turnan para acostarse. En la mañana, un oficial los saca de uno en uno, hasta una pipa de agua para su aseo personal. 

En las celdas de la Dirección de Inteligencia y Estrategias Preventivas, en Cuatricentenario, los detenidos  pasan el día en ropa interior para evitar el calor y en las noches son acechados por una plaga de mosquitos. Alquilan cartones para tirarlos en el piso y dormir, aseguró el familiar de un reo.

En Polimaracaibo, los presos se alzaron y lograron el traslado al retén el 28 de octubre de 2015. En la actualidad cuentan, en sus tres celdas, con 20 reclusos. Tampoco tienen acceso a servicios públicos, agua y baños.

Anarquía

Los familiares de los internos se mudan a los alrededores de las comandancias. Deben llevarles a diario agua, comida y uno que otro detallito a los policías, para que les lleguen a sus presos las provisiones.

Se instalan en las puertas, deambulan por los pasillos, entran y salen de los comandos y en ocasiones colapsan los servicios, especialmente, los días de visitas. Los comisarios redoblan la seguridad, habilitan personal y trancan los portones. Reforzar las medidas de seguridad no evita los conflictos entre las amantes o familiares de los reclusos.

Dos mujeres, cada una con un bebé en brazos, se toparon en la fila un sábado de visita en el CICPC. Por los gritos, los presentes deducen que ambas vienen por el mismo reo. El funcionario cordialmente les pide que decidan quién pasará. “Yo voy a pasar, no esa mujerzuela”, exclamó la más joven. 

Los detectives les llaman la atención tres veces más. Nada las calma, un hombre, familiar de una de las mujeres, insulta al funcionario encargado de ordenarlos por el reclamo. Se lo llevan detenido, mientras las mujeres se golpean mutuamente. 

Los detectives dejaron sus puestos para calmar la confrontación. Quienes ya habían ingresado los devolvieron. Todos le exigían a la dama calmarse. “Si suspenden la visita por tu culpa estás muerta”. “Ahora pagamos todos por las bellezas estas”, repetían los familiares. Una hora después la visita se normalizó. Aunque las confrontaciones se repiten cada semana entre parientes y colapsan el comando.

Temor y cansancio

Los comisarios duplican la vigilancia y ordenan a sus funcionarios redoblar para garantizar la custodia a los detenidos.

En algunos comandos, los oficiales denuncian que los presos sobrepasan el número de policías. Temen que los presos se alteren y atenten contra su integridad, tal como ha ocurrido en los calabozos de Miranda, Caracas y otros estados.

CIFRAS

1500 presos se estima que convivan en los calabozos policiales en Zulia. En los últimos tres meses se triplicó el hacinamiento.

10 por ciento, como mínimo, incrementan los detenidos a diario. Los constantes operativos y la lentitud de los procesos judiciales perjudican a los oficiales.

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