Si
La semana pasada una amiga me ofreció un vaso de jugo, pero como recién había desayunado respondí a su oferta con un “gracias, pero en estos momentos no quiero”. Ella sonrió y me contestó con una frase muy utilizada pero tal vez poco comprendida: “bueno, el rechazado es el jugo, no yo”.
Eureka. Ese mensaje me llegó justo cuando más lo necesitaba. ¿Cuántas veces nos sentimos rechazados por otros? y nos preguntamos ¿Por qué no me quieren? ¿Por qué no me aceptan? ¿Qué pasa conmigo? La respuesta es muy simple.
Cuando ofrecemos algo a alguien, lo hacemos desde nuestras posibilidades y nuestro muy particular juicio. Queremos ayudar, compartir, apoyar, porque pensamos que el otro lo necesita. Pero ¿qué nos garantiza que la otra persona quiera y acepte nuestra oferta?
¿Has vivido situaciones como estas? Como cuando en el trabajo asumo tareas que no son mías para apoyar a mis compañeros, o cuando me gusta alguien y quiero estar pendiente enviando mensajes de texto todo el día, para que sepa que me interesa.
Cuando damos sin que nos pidan y sin verificar si la otra persona está disponible para recibir, creamos un gran compromiso. Al dar sin medida y sin razón anulamos al otro en vez de ayudarlo y lo sometemos a la carga moral y energética de que de alguna manera deberá pagarnos. Aunque no cobremos de manera verbal y consciente el favor, la ayuda, el cariño o la preocupación, la otra persona sentirá que ha contraído una deuda.
Por otro lado, cuando ofrecemos y el otro no acepta, usualmente nos sentimos rechazados. Nuestro ego salta y dice “ey, algo está pasando ¿por qué me están rechazando? ¿Qué se cree? ahora jamás le vuelvo a dar” y se inicia un conflicto de presuposiciones, conjeturas y malos entendidos.
Por eso, el comentario de mi amiga me permitió observar que cuando ofrezco, sea un vaso de agua o una palabra de aliento, sea un caramelo o “el amor más grande del mundo”, y la otra persona no lo acepta ¿a quién y por qué está rechazando?
Así como algunas veces no queremos agua, tampoco queremos aliento, ayuda o amor. Entonces el rechazo no es hacia mí, sino hacia lo que estoy ofreciendo, simple y llanamente, porque el otro no está disponible para recibir mi oferta.
Cuando dos personas se encuentran, cada quien lleva su carga energética, sus juicios, conceptos, opiniones, creencias, necesidades e historia y gran parte de esa información no es consciente ni para su dueño ni mucho menos para el otro.
Si alguien se aleja, rechaza o no está disponible lo más indicado es dejarle su espacio, porque su decisión no tiene que ver conmigo, sino con su posición ante la vida. Decir no es una elección que tiene que ver con quien la expresa y no con lo que se rechaza.
Pero por si acaso, de ahora en adelante, pregunto antes de dar, solo para no incomodar al otro, porque al fin y al cabo, la rechazada no soy yo. Hasta la próxima.