domingo, diciembre 15, 2024
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Con buen pie

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Hace poco escuché la historia de Matthieu Ricard, un monje budista tibetano, que tiene 70 años de edad y vive en una región remota de Nepal, sin bienes materiales, amor de pareja ni actividad sexual desde los 30 años. 

Sin embargo, fue catalogado como el hombre más feliz del mundo por los científicos de la Universidad de Wisconsin (USA) tras analizar la actividad de su cerebro durante 12 años en un estudio sobre meditación y compasión.

¿Cómo es esto posible? Ricard nació en Francia, hijo de Jean-François Revel, un adinerado filósofo, escritor y periodista. Tuvo formación científica, cursó un doctorado en genética celular en el Instituto Pasteur de París y luego de terminar su tesis en 1972, abandonó la carrera científica y tomó los estudios budistas tibetanos.

Ahora vive en el Himalaya como monje en el monasterio de Shechen en el Nepal y desde 1989 acompaña al XIV Dalai Lama, además es fotógrafo, escritor e intérprete. La explicación de por qué Ricard dejó atrás su fortuna, logros académicos, comodidades y fama, es sencilla: Matthieu fue en busca de su felicidad.

Matthieu dice que lo importante para ser feliz es el nivel de conciencia que se tiene para lograr el manejo mental de las emociones, que duran segundos. Caso contrario del resto de los humanos, que tenemos la tendencia a rumiarlas y su repetición crea estados de ánimo que después, por acumulación, llegan a convertirse en rasgos personales.

La idea es no identificarse con la emoción y entender que no somos miedo, angustia ni ansiedad. Si nos detenemos un momento, observamos la emoción y la dejamos ir, al poco tiempo todo habrá pasado.

A propósito de la historia de Matthieu, cuántas veces nos preguntamos qué nos hace felices en verdad, qué sentimos cuando estamos felices y qué es la felicidad.

Pensando un poco cada día en esas interrogantes surgen respuestas que solo nosotros conocemos y que sientan la base de nuestra muy particular manera de ser felices. Porque: “La felicidad es un tesoro escondido en lo más profundo de cada persona, que no tiene que ver con bienes materiales, poder o belleza”.

En definitiva la felicidad es una cuestión de actitud y claro que se puede aprender y trabajar cada día, con unos ejercicios muy sencillos. En primer lugar sonreír cada vez que sea posible y sin motivo, como un ejercicio muscular. Comenzar con tres sonrisas al día y aumentar paulatinamente hasta que se convierta en hábito.

Agradecer es el segundo paso. Dar gracias es la llave que abre la puerta de la prosperidad. ¿Agradecer a quién? A quien mejor prefiera según su fe y sus creencias. ¿Dar gracias por qué? Por si llueve o hace sol, si hay frío o calor, al fin y al cabo, cada situación tiene un lado amable.

Muy importante, justo al despertar sonreír y dar gracias, ese gesto sencillo es capaz de cambiar la perspectiva de cada día. Los resultados se evidencian de inmediato y ¿qué se pierde con probar? Hágalo y me cuenta.

Dicho tibetano: “Estar contento es como tener un tesoro en la mano. Aprécialo cuando viene y no lo eches de menos cuando no está”.

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