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Nuestra ignorancia y prejuicios nos llevan a condenar lo que no conocemos o asumimos como diferente a nuestras costumbres impuestas. Nuestra tendencia natural es hacia la descalificación y el rechazo de los estilos de vida alternativos. Tal como ha ocurrido con las personas que optan por un tipo de relación y sexualidad distinta a la heterosexual: los homosexuales, tanto hombres como mujeres.
La homofobia: “es el término que se ha destinado para describir el rechazo, el miedo, repudio, prejuicio o discriminación hacia mujeres u hombres que se reconocen a sí mismos como homosexuales”. Somos los venezolanos unos homofóbicos recalcitrantes. Nos gusta ridiculizar y burlarnos de quienes han optado por esa opción, en el fondo, lo que existe es una gran ignorancia.
El “orgullo gay” no puede manifestarse en más de 80 países del mundo, en donde son perseguidos y humillados. Hay países como Mauritania, Arabia Saudí, Yemen, Irán, Somalia y Nigeria en donde las relaciones homosexuales se castigan con la muerte. En los demás países, la inmensa mayoría de los homosexuales viven en las sombras penando su “delito”, sintiendo vergüenza y mascullando rencores alrededor de una identidad sexual asumida como desviada por el status quo.
Esta discriminación es inaceptable en los términos del funcionamiento mínimo de la sociedad moderna laica e institucional que tiene como protagonista al ciudadano. La protección de los derechos humanos y civiles es una obligación de los gobiernos constitucionales y democráticos del mundo. En América Latina, países como Argentina, Uruguay, México y Brasil también han dado este gran paso emancipador.
No solo se trata de alcanzar la igualdad de derechos ante las leyes, tales como acogerse a los beneficios fiscales, sociales y económicos vinculados al matrimonio, sino, algo más importante: el poder lograr vivir en sociedad, comunidad y familia sin miedo, asumiendo con libertad y responsabilidad, la plenitud de su orientación sexual.
No nos corresponde a nosotros juzgar si la homosexualidad es buena o mala, si es genética o socio-cultural, si es pecado o no lo es, si las parejas homosexuales sabrán criar o no a sus hijos de una manera conveniente. Si creemos en un mundo basado en la fraternidad y el encuentro ecuménico, esto último remarcado recientemente por el papa Francisco en su encíclica “Laudato Si”, es una contradicción flagrante discriminar y maltratar a las minorías.