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Se bañó en su propia sangre. El charco se extendía desde su cabeza hasta el pecho. Se veía espesa, el calor empezaba a secarla en el pasillo del centro comercial La Redoma y a tornarla de un rojo intenso. La docena de curiosos tardó horas en ver el rostro de la víctima, José Enrique Iguarán, pero pudo apreciar minuciosamente cómo se desangraba su cuerpo.
En el crimen del centro de Maracaibo, todos los averiguadores coincidían en las declaraciones. El comerciante de 45 años jugaba cartas con unos amigos a eso de las 2.30 de la tarde. El homicida caminó hasta tenerlo cerca, sacó su arma y le disparó. El hombre de contextura gruesa cayó de espalda de la butaca azul. Nadie se atrevió a auxiliarlo.
“Se escucharon seis detonaciones, pero en la cara tiene cuatro heridas”, comentó un vendedor, quien aseguró que en la balacera hirieron a un tal “Ender”, a quien trasladaron a la emergencia del Hospital Chiquinquirá.
Los Iguarán abarrotaron el pasillo en cuestión de minutos. Todos trabajan en la zona y apenas se enteraron corrieron hacia el sitio, tuvieron esperanza de salvarle la vida, hasta que vieron la mancha de sangre. Buscaron un mantel de plástico amarillo con cuadros verdes y azules y lo taparon. Se sumergieron en su dolor, en el llanto, en los gritos y en los reproches a quienes se acercaban a preguntar, entre ellos la prensa.
La Policía investiga el caso. Se inclinan hacia la venganza como hipótesis, sin descartar otras. Interrogan a los familiares y testigos, indagan si el occiso tenía antecedentes, registros policiales, deudas o enemigos.
6 detonaciones escucharon los transeúntes. Los homicidas huyeron sin dejar rastros.