La coincidencia del paso del huracán Óscar por Cuba y un apagón total hace tres días del que la isla empieza a recuperarse este lunes 21 de octubre ha dado una vuelta de tuerca más a un país en una severa crisis polifacética y sin expectativas de salida a medio plazo.
El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, reconoció que el país se encuentra en una situación “excepcional” por la confluencia de dos fenómenos “muy complejos”.
De un lado, el colapso del Sistema Energético Nacional (SEN) el pasado viernes y los avances, con reveses, en su reactivación.
De otro, la llegada de “Óscar”, que tras tocar tierra como huracán de categoría 1 este domingo se degradó a tormenta tropical, pero sigue barriendo el extremo nororiental de la isla.
Aunque coincidentes en el tiempo, las dos cuestiones son muy diferentes. Uno es un fenómeno natural que ha sorprendido a los expertos por su rápida evolución, y del que aún es pronto para evaluar daños y consecuencias tanto a nivel humano como en las infraestructuras básicas y el sector agrícola.
El otro es fruto de décadas de decisiones políticas en La Habana, y también en Washington, que han llevado al profundo deterioro de la capacidad del Estado cubano para satisfacer una necesidad básica como el suministro eléctrico y sobre la que se sustentan otros muchos servicios.
De hecho, Cuba se encontraba desde hacía años en una crisis energética, con prolongados apagones diarios, pero la situación se había agravado en las últimas semanas por la carencia de combustible, por falta de divisas para importarlo, y por las repetidas averías en sus obsoletas centrales termoeléctricas, con cuatro décadas o más de explotación y un déficit crónico de inversión.
Pero pese a sus diferencias, ambos elementos apuntan en un mismo sentido: la gran y creciente precariedad en la que se encuentra sumida Cuba tras el recrudecimiento en los últimos cuatro años de una crisis estructural de más de tres décadas.
Este progresivo declive ha llevado al país a niveles equiparables a los del “período especial”, la depresión que siguió al derrumbe del bloque socialista en Europa, o, a juicio de algunos expertos, a un punto aún peor.
Problemas estructurales
La pandemia de la covid-19, el endurecimiento de las sanciones de EE. UU., incluida la inclusión de La Habana en la lista de promotores del terrorismo, y el diseño e implementación de políticas económicas fallidas, con la unificación monetaria a la cabeza, han agravado problemas estructurales de la economía cubana.
El producto interno bruto (PIB) se encuentra actualmente por debajo de los niveles de 2019, los precios en el mercado formal van camino de triplicarse desde 2021, el Estado se encuentra profundamente endeudado, ha suspendido o retrasado el pago de la deuda externa, y el déficit previsto para este año supera, al igual que entre dos de los últimos cuatro ejercicios, el 10 % del PIB.
Pilares básicos del sistema cubano durante décadas, como la educación y la sanidad, aunque siguen siendo universales se han degradado también de forma notable.
En estos momentos, tras dos planes de ajuste macroeconómico, no se entrevén tendencias positivas sólidas para la economía de la isla, con una mínima producción interna, importa el 80 % de lo que consume, y sus principales fuentes de divisas, turismo, remesas y servicios médicos, en duda o retroceso.
Solo el saneamiento del sector energético costaría unos 10 mil millones de dólares, según el consultor independiente Emilio Morales.
Distintos economistas independientes coinciden en señalar que el modelo instalado en el país a partir del triunfo de la revolución en 1959 nunca fue sostenible y siempre requirió de apoyos externos. Primero y durante décadas fue la Unión Soviética quien financió a Cuba por motivos geopolíticos; luego fue la Venezuela del difunto expresidente Hugo Chávez.
Existe además un consenso muy elevado entre los expertos sobre qué medidas debería tomar Cuba para tratar de generar un cambio económico sostenible, que pasan por una retirada del Estado de algunos ámbitos económicos para dejar paso a la iniciativa privada nacional y extranjera y generar crecimiento.
Esas medidas, añaden, deben ser más ambiciosas que las aplicadas desde 2010 a raíz de la presidencia de Raúl Castro y el “deshielo” con EE. UU. durante el mandato del presidente Barack Obama (2009-2017). El primer paso es la voluntad política, señalan los economistas.
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