Tras
Cuando pasa lo que nos está pasando, el efecto multiplicador es incontrolable. Un gobierno deteriorado desde los orígenes de Chávez hasta el presente, generó con su aval corrupto e impune, un deterioro de la ética ciudadana que se evidencia dolorosamente en toda la actividad que el ser humano debe desarrollar en este país o en las omisiones desencadenantes de dolores masivos del alma colectiva.
Tras esa huella malsana del régimen, sigue sus pasos un desenfreno de inconductas ímprobas, desde lo más elemental a lo más complicado; la desfachatez es colectiva y dolorosa. Las faltas, como inconducta primaria, que sin llegar al delito, es un elemento perturbatorio y desequilibrante de la convivencia social, se convirtieron en algo común. Por lo tanto, nadie respeta señales de tránsito ni el uso racional de agua y electricidad, las calles son talleres improvisados al surgir algún desperfecto mecánico de un vehículo, sin importar los obstáculos que representen y los accidentes que puedan ocurrir; el pago de los servicios públicos está reservado para una parte de la población, otra sencillamente recurre al “contrabando”, vale decir tomas ilegales; el respeto al medioambiente, no es tema conocido y cuando este se perturba, nace un “negocio” para el funcionario que debía iniciar el procedimiento respectivo. Más grave aún, las colas para adquirir alimentos se constituyeron en territorios de mafias que las controlan y cobran “vacunas” por cupos.
La seguridad ciudadana es un mito que solo pretende evidenciarse en la ejecución indiscriminada de presuntos delincuentes, por grupos de exterminio policiales en los cuales se confunde el papel de criminales con chapas y policías. Estas invocaciones son algunas de muchas, pero en el cosmos social, hay un sector que aún no se contamina de esta epidemia e invoca el derecho de vivir en paz, con rectitud y respeto. Que exhibe la decencia sin estridencia, pero que siente cómo su honestidad y rectitud, se constituye en un defecto incomprendido. Y en esa amalgama de sentimientos, imploran que, desde el seno familiar, se reencuentren masivamente los sentimientos de honestidad colectiva y volvamos a ser un país decente. Si eso sucede, esa caída cuesta abajo, se extinguirá y seremos libres.