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Nadie sabe cómo será Venezuela dentro de 10 años, pero lo que sí podemos afirmar con certeza es que pocos quieren que sea lo que es hoy. Sobre esta afirmación es fácil llegar a un consenso bastante generalizado, este Gobierno ha fallado en la conducción del país; utilizando su propio lenguaje, sin duda la suma de infelicidades hoy en día es mayor que la suma de felicidades posibles, y ya por ello sus objetivos no fueron alcanzados.
Lo anterior es un argumento suficiente para pretender un cambio de Gobierno, algo propio de cualquier sistema democrático, en el que la alternancia en el poder es normal. Sin embargo, para un régimen cuya principal bandera es el de la “revolución” esto no parece ser una opción, y es que desde la perspectiva revolucionaria solo existe la verdad propia, y todo aquel que piense distinto es un traidor al proyecto.
El problema de fondo del contexto anterior es que en realidad no ha habido, ni habrá, revolución. Lo que ha ocurrido en Venezuela durante los últimos 17 años es la profundización del modelo político populista, basado en la renta petrolera, que ha predominado en el país por más de un siglo.
Esta ha sido la muerte demasiado lenta, de un modelo agotado, que como paradoja histórica termina con una República que no pudo ser mejor reflejo que su predecesora, y supuestamente principal antagonista. Hoy hay urgencia por un cambio, lo que sin duda ha desatado luchas de poderes de las que apenas si nos podemos percatar desde afuera. Y para sorpresa de muchos este movimiento sentará juntos como aliados, y como socios, a muchas figuras que hoy son antagónicas.
Mientras tanto el pueblo sigue marginado, como lo estuvo durante mucho tiempo antes que llegara la revolución que nunca fue, siendo utilizado y dejándose utilizar por proyectos personalistas. Sin tanta retórica ideológica, la gran novedad para Venezuela sería que dentro de 10 años el país haya dado pasos concretos en el desmontaje del modelo rentista por un modelo económico productivo, que el populismo se haya transformado en un sistema de promoción de igualdad de oportunidades, y que el sistema político cuente con instituciones de base que permitan el funcionamiento más o menos decente de la Democracia. ¿Es posible aspirar a eso?