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La madre de Néstor Ferrer estaba inconsolable a las afueras de la morgue forense. Aunque sus parientes trataban de reconfortarla, era imposible. Sus gritos y lamentos se escuchaban desde lo lejos. Uno de los sobrinos intentó abrazarla, pero ella prefirió evadirlo, caminó unos pasos y luego comenzó a darle golpes a las paredes mientras se jalaba los cabellos. “Dios mío, por qué me está pasando esto a mí”, repetía una y otra vez.
El cadáver de Ferrer lo encontraron frente al edificio Cogollo, en la calle 101 de la urbanización Lago Azul, parroquia Manuel Dagnino de Maracaibo. Yacía sobre la carretera, sin pertenencias ni documentos que lo identificaran y con heridas de bala en el rostro.
Los cuerpos de seguridad recibieron, el pasado miércoles a las 10.00 de la noche, la novedad. Unos desconocidos habían matado a un hombre de contextura gruesa, de unos 35 años, piel morena y 1,70 de estatura, detalló el denunciante en una llamada anónima a la Policía.
A la víctima, quien vestía un jean azul y un suéter a rayas blanco y negro, la montaron en la furgoneta de la Policía científica y la llevaron a la morgue forense. Estuvo sin identificación hasta ayer en la mañana cuando media docena de parientes lo reconocieron, uno de ellos es policía.
Los detectives de la Policía científica manejan como móvil la venganza, pero los parientes de Néstor están en desacuerdo con esta versión. “Él no tenía problemas con nadie, de hecho, el carro en el que iba no aparece”.
Poco a poco comenzaban a llegar más familiares. Todos se negaban a declarar a los medios de comunicación. Alegaron que las creencias de la etnia Wayuu les impedía hacerlo.