Desesperación, pero sin desesperanza

Venezuela sufre una guerra. Sí, una guerra declarada desde el Gobierno. El caos al que nos han inducido pueda que haya exacerbado los instintos oscuros de algunos que anteponen el beneficio personal a las calamidades del prójimo, pero no de la gran mayoría

Mi única esperanza radica en mi desesperación”. Jean Baptiste Racine

Son días duros los que atraviesa nuestro país. Tiempos donde el hambre, la miseria y la enfermedad se ciernen inclementes sobre la gran mayoría de los venezolanos. Ahora es común ver hombres, mujeres, niños y ancianos escarbar la basura en cualquier esquina buscando algo de comer.

El parecido con las imágenes que vemos en países que atraviesan confrontaciones bélicas, o que han sido azotados por desastres naturales, no son para nada coincidenciales, Venezuela sufre una guerra. Sí, una guerra declarada desde el Gobierno -por la ambición de poder de unos cuantos- en contra de toda una población.

El descontento pasivo que se percibía en las calles hace unos meses atrás, no tiene nada que ver con la impotencia que hoy manifiestan abiertamente los venezolanos de a pie en las calles, en las inclementes colas que hay que hacer para todo, en las paradas mientras se espera un transporte que nunca llega, o en la emergencia de los hospitales cuando ven morir un familiar porque no hay manera de atenderlo.

Es un descontento que se ha transformado en indignación, cada vez que se va la luz y se te daña un electrodoméstico, pero el Ministro te dice que algún animal mitológico se confabuló con miembros del imperialismo criminal para morder una línea de alta tensión. Descontento que se trastoca en ira, cuando escuchas a quienes tienen 20 años en el poder decirte en medio de una farsa electoral, que a partir del 21 de mayo, se va a componer lo que ellos mismos destruyeron.

El país colapsó en manos de estos señores, quienes definitivamente han volteado su mirada hacia otro lado, para solo concentrarse en afinar sus estrategias de perpetuidad mientras la gente comienza a alzar la voz porque “el bono del día de la madre no alcanza ni para medio kilo de carne”.

Soy un creyente del pueblo venezolano. Es falso que mi gente sea floja, poco solidaria o indolente. El caos al que nos han inducido pueda que haya exacerbado los instintos oscuros de algunos que anteponen el beneficio personal a las calamidades del prójimo, pero no de la gran mayoría. Somos una sociedad trabajadora, echada pa’lante, fiel a Dios y con ganas de superar esta hora tan aciaga. Tenemos la esperanza viva porque sabemos de lo que somos capaces. Estamos arrechos, desesperados, pero sin desesperanza. 

 

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