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El término “Estado fallido” es relativamente joven en el campo de la ciencia política y las relaciones internacionales y consiste en la imposibilidad de un Estado de cumplir con normalidad con lo que se considera son sus principales funciones, como son: el acceso a la satisfacción de las necesidades básicas, la seguridad de sus ciudadanos, tanto la personal como la jurídica y patrimonial; la sanidad y la educación; y la infraestructura de los servicios públicos. Generalmente el término se asocia a países devastados por guerras o azotados por desastres naturales, o por dictaduras que oprimen a la población.
Si le echamos una mirada a lo que sucede en Venezuela, creo que a esas categorías habría que añadir a las dictaduras rapaces, que todas lo son, e incapaces, cuando las funciones públicas son ejercidas por delincuentes leales al dictador, o por familiares y amigos sin méritos, o por talentos tarifados sin probidad.
Todas esas evidencias se observan sin mayor esfuerzo en la actual situación política, económica, social y moral de la nación. En esas circunstancias, se requiere una gran dosis de cinismo y sarcasmo hablar de diálogo y paz con quienes detentan el poder impíamente, sin vergüenza y con crueldad maléfica. El régimen asume esa postura sólo con fines propagandísticos, tratando de engañar incautos, ya que el 85% de la población está clara y decididamente convencida que hay que salir de este martirio. Su alianza orgánica con el narcotráfico y el narcoterrorismo los convierte, a la vez, en un riesgo para la comunidad internacional. Así lo han entendido un grupo de naciones con una dirigencia civilizada y decente. Alrededor de este Estado fallido en que han convertido a Venezuela sólo quedan los reconocidos ¨chulos¨ internacionales que exhiben sin pudor su decrepitud desvergonzada, su aprovechamiento y su mediocridad. Dios quiera que el liderazgo emergente, después de este período aciago para la humanidad, aprenda la lección histórica que dejará escrita y documentada nuestra nación.
La paz no se decreta ni se vende en envoltorios de lujo; el primer camino hacia la paz se toma en solitario ya que depende del autocontrol que logremos alcanzar, dice el líder budista Daisakulkeda, quien agrega que “para sentar las bases de una paz duradera debemos desinstitucionalizar la guerra y efectuar una transición que vaya de una cultura de guerra a una cultura de paz” y para ello es imprescindible el diálogo porque abandonarlo significa abandonar nuestra condición de seres humanos y dejar de ser agentes de la historia. El diálogo será de gran utilidad para el período de transición hacia una democracia en paz, no antes, ya que el régimen no cuenta con interlocutores confiables y autocontrolados.