viernes, diciembre 13, 2024
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Dilemas existenciales

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El poder los obnubila, los impacienta, los torna soberbios y en una especie de remedo de Alejandro, el Magno, consideran que este mundo les queda pequeño

“El mentiroso conoce o cree conocer la verdad y a partir de tal conocimiento falsea lo que tiene por verdadero. En cambio, el charlatán se despreocupa totalmente de cuál sea la verdad sobre el asunto del que habla”, Fernando Savater.

Creo que Santayana define en forma precisa el dilema existencial del heredero de la discordia y de todos los que rinden culto a esa máxima expresión del odio, del rencor y del resentimiento como lo fue Hugo Chávez: “No hay tiranía peor que la de una consciencia retrógrada o fanática que oprime a un mundo que no entiende en nombre de otro mundo que es inexistente”. Esa ha sido siempre la utopía del comunismo que va por el mundo cruel de fracaso en fracaso como reza un famoso bolero. Ofrecen conseguir el cielo en la tierra, pero, el pueblo para ser liberado debe atravesar primero el sendero hacia el infierno, y allí se queda. Es que las mentes diabólicas de un grupo de dirigentes no saben siquiera como tomar el camino hacia el purgatorio. Mucho menos como construir el camino a ese mundo fantástico sin Estado y sin capitalistas. Sin propietarios y sin proletarios. Es decir, el paraíso terrenal.

El poder los obnubila, los impacienta, los torna soberbios y en una especie de remedo de Alejandro, el Magno, consideran que este mundo les queda pequeño. Cada vez que han accedido al poder se creen semidioses y siempre terminan como ese héroe mítico, sin saber ser hombres y sin saber ser dioses. En su desespero por ver perdido el objeto de sus deseos, es decir, el poder, gritan, gesticulan, maldicen, amenazan; el que grita es porque no está entendiendo nada, tal es su confusión o su deseo de evasión.

El extravío revolucionario los ha llevado a la pérdida del apoyo popular internamente y la solidaridad de algunos países cercanos externamente; es la mejor expresión de que nada obligado se hace por convicción y de que los países no tienen amigos sino intereses. No hay solidaridades automáticas por razones ideológicas si no hay nada a cambio. El discurso de los políticos populistas que juegan con las necesidades de la población se revierte. El pueblo termina por entender que el problema no es acabar con los ricos, sino terminar con la pobreza. Como expresara el primer ministro sueco Olof Palme en una oportunidad: “Yo estoy en contra, pero no de la riqueza, sino de la pobreza y del mal reparto”.

La soberbia y la ira son pecados capitales. Nadie es más frágil, más vulnerable y más inconsistente que un soberbio y cuando la justicia falla, genera una sociedad iracunda, y eso es muy peligroso para quienes creen que el poder es eterno.

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