El cielo no está roto

A mí me cuesta creer en la tan cacareada eficacia de las recetas cubanas para llegar a mover las fibras emocionales de nuestra sociedad, que cunda en ella la desesperanza, la creencia en la supremacía política y la invencibilidad de una clase en el poder

 “Sin fuerza no hay virtud y sin virtud perece la República”. Simón Bolívar

Muchos venezolanos han sentido que el cielo se les rompió. Han muerto sus esperanzas, pero están a la espera que nazca una nueva ilusión, si el espíritu de sobrevivencia se los permite. Nuevamente la decepción, la confusión y la angustia se apoderan del ánimo de nuestra sociedad democrática. Algunos consideran que el nuestro parece un proceso inducido muy bien por la veteranía y experiencia cubana en estos menesteres, según afirman psicólogos sociales, sociólogos, politólogos y opinadores de oficio.

El caso es que hemos estado sometidos a un ir y venir de aciertos y desaciertos, de audacia personal y de falta de bríos en ocasiones, en la dirigencia política democrática, que han incidido en la retroalimentación de esas actitudes del pueblo; a mí me cuesta creer en la tan cacareada eficacia de las recetas cubanas para llegar a mover las fibras emocionales de nuestra sociedad, que cunda en ella la desesperanza, la creencia en la supremacía política y la invencibilidad de una clase en el poder.

Pienso que esa teoría puede tener un porcentaje importante de influencia en la explicación de nuestra calamitosa situación. El porcentaje mayor se lo atribuyo al ser como somos los venezolanos, y ese “ser como somos”, no tiene una explicación sencilla ya que obedece a complejos fenómenos sociales a los que tratan de aproximarnos dos libros escritos más recientemente por dos venezolanas: “La herencia de la tribu”, y “la rebelión de los náufragos” por ,Ana T. Torres y Mirtha Rivero.

Lo cierto es que el país se nos hunde y vemos todavía como hombres y mujeres de corcho flotan reclamando su condición de héroes o de caudillos, proclamando  su “sabiduría”e infalibilidad; exhibiendo su perfil carismático, sin virtudes, pero, tratando de salvar lo que consideran que por herencia les corresponde, unos, y por salvaguarda del fruto de su pillaje o malas intenciones, otros.

El país, la nación, la patria, parece que dejaron de existir. Somos náufragos producto de un accidente histórico colocados sobre un pedazo de tierra fértil que puede servirnos a todos, pero, que el egoísmo no nos deja ver. Somos nómadas vagando por un desierto de ideas, pero,  con la arrogancia y la ambición de una estirpe que dejó de ser la nuestra. Andamos en la búsqueda de un nuevo amanecer alejados de nuestra tierra y nuestras raíces, sin percatarnos que el sol sale para todos en cualquier lugar. Buscamos nuevos horizontes sin reparar que el nuestro es ancho y venturoso, que lo que tenemos es que unirnos en torno a valores y virtudes. El cielo no está roto y nuestras esperanzas deben permanecer firmes y dispuestas a alcanzarlo.

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