El cóndor andino, el ave voladora no marina más grande del mundo y que se encuentra en peligro de extinción, es un ser mágico para la cosmovisión indígena de Suramérica, porque sustenta la frágil relación entre el hombre y los Andes
El cóndor andino, el ave voladora no marina más grande del mundo y que se encuentra en peligro de extinción, es un ser mágico para la cosmovisión indígena de Suramérica, porque sustenta la frágil relación entre el hombre y los Andes.
Los incas lo consideraban inmortal y amo de los cielos, por su grandeza, con 3,3 metros de envergadura de alas en su edad adulta, y su marcial mirada que apunta al futuro.
Quedó como emblema patrio de casi todos los países andinos y en Ecuador es la figura central de su escudo de armas, al igual que en Bolivia, Colombia, Chile y Perú.
Sin embargo, su historia se volvió trágica por la acción del hombre, que ha provocado que su población merme a niveles críticos en países como Colombia y Ecuador, mientras que en Venezuela su presencia es casi nula.
Aunque es difícil conocer su población total, algunos estudios estiman que hay entre 5.000 y 6.500 individuos distribuidos a lo largo de la cordillera andina, con mayor presencia en Argentina, Chile, y algo menor en Bolivia y Perú.
Ante la critica situación, toda la región ha ido en su ayuda, pues en todos estos países se han implementado programas para su salvamento y protección.
En Ecuador, en el marco de una “Estrategia de Conservación del Cóndor Andino”, se declaró al 7 de julio como el Día Nacional de esta ave emblemática (vultur gryphus), cuya población en el país se calcula en 150 ejemplares.
Efraín Cepeda, de la Fundación Jocotoco, que dirige la reserva Antisanilla, donde se concentra un tercio de la población silvestre estimada de cóndores, no dudó en animar a la población para que proteja y admire a esta “extraordinaria ave”, que supone un lazo entre la ciudad y el campo.
“Las ciudades deberían crear un lazo muy importante” con el cóndor, porque es uno de los elementos que sustancia el equilibrio ecológico de los páramos, de donde surge el agua que consumen los ciudadanos, explicó Cepeda a Efe.
Según él, el cóndor es un catalizador de la vida en las montañas andinas pues, al ser un ave carroñera, elimina el riesgo de propagación de enfermedades a otros animales de los páramos.
En la reserva Antisanilla, situada unos 60 kilómetros al noreste de Quito, las escarpadas laderas de algunas montañas sirven de vivienda a los cóndores que recorren toda una gran planicie para rastrear cadáveres en descomposición.
Su labor ha permitido también el desarrollo de otras especies como águilas, quilicos (pequeños halcones endémicos), osos de anteojos, venados de cola blanca, llamas y lobos andinos, entre otros, también importantes para el equilibrio ambiental.
Cepeda dijo sentirse orgulloso de que en la reserva que dirige, de casi 2.000 hectáreas situadas a entre 3.500 y 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, haya las dos parejas de cóndores más fértiles del país.
Ello gracias a que los programas de conservación del páramo también han contribuido a que la gigante ave voladora tenga un hábitat propicio para surcar el cielo sin casi amenazas.
Y eso lo pueden constatar los ciudadanos, a quienes invita a visitar los páramos de Antisanilla para observar el majestuoso vuelo de los cóndores, pero también la mágica fauna de las montañas.
Incluso la fundación Jocotoco ha emprendido programas de protección de los humedales de la zona, el origen de un gran volumen del agua que nutre a Quito.
El cóndor andino, cuyo nombre quichua es “kuntur”, según Cepeda representa esa frágil relación de la ciudad y la montaña y por ello dice estar preocupado por la escasa población en Ecuador.
“Sabemos que hay unos 150 individuos, son tan pocos. Nos preocupa mucho”, se lamentó e identificó como una de las causas que amenazan al cóndor la presencia de perros ferales, jaurías de canes que son abandonados en las fueras de la ciudad por sus amos que ya no desean mantenerlos.