El diálogo sincero

Más del 70 por ciento de la población cree en el diálogo, pero en el diálogo sincero, constructivo y eficaz. Para ello, es indispensable el reconocimiento de los actores en pugna

El último lustro de la década que discurre en Venezuela ha sido convulsionante. El país, sometido en dos visiones distintas ha estado sumergido en constantes problemas financieros, sociales y por supuesto de orden político. 

Nadie puede negar lo difícil que fue para el planeta el siglo XX. Numerosos conflictos bélicos, dos guerras mundiales y una guerra fría polarizaron las fuerzas antagónicas para hacer una división en el dominio de las superpotencias del mundo trayendo como consecuencia la intolerancia, el odio y la miseria, pero también lográndose acabar con conflictos armados que acababan con millones de personas producto de la ideología de sectores sociales que no cedían ante el poder de su creencia. 

Ha sido destacada la mediación del expresidente finlandés Martti Ahtisaari en el conflicto de Aceh, el rol jugado por Lázaro Sumbeiywo en Sudán, el protagonismo de James Baker para superar el conflicto del Sahara Occidental entre Marruecos y el Frente Polisario, la diplomacia del peruano Álvaro de Soto, en las negociaciones que ayudó poner fin a la guerra civil en El Salvador, entre otros conflictos dentro de los cuales se encuentra muy recientemente el entendimiento que ha hecho merecedor al presidente neogranadino, Juan Manuel Santos, del Nobel de la Paz por su esmerado trabajo en la resolución del conflicto colombiano con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Venezuela al igual que otras naciones ha pasado y está pasando por momentos de crisis que tienen a la población con niveles de angustias trascendentes. Sin embargo, se visualiza en el horizonte una fórmula diseñada desde el Vaticano para encontrar una autocomposición del conflicto en nuestro país que da lugar al crecimiento de una gran expectativa de la población para acabar con la diatriba que no conduce a nada. 

Más del 70 por ciento de la población cree en el diálogo, pero en el diálogo sincero, constructivo y eficaz. Para ello, es indispensable el reconocimiento de los actores en pugna y tal reconocimiento no significa la renuncia de las posiciones, pero sí implica poner en la mesa y ante el árbitro todas las alternativas para unificar un criterio que permita un desenlace que redunde en la felicidad de todos, al fin y al cabo esa es la lógica de la política, el trabajo para todos y por todos.  

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