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Todo cambiará como en un estallido silencioso. Se sacudirá el polvo de aquellos recuerdos espléndidos de las décadas últimas del siglo pasado, para rebozarnos con una nueva realidad concluyente. Todo será decidido en Miraflores. Solo quedará el acostumbrarnos a la eventualidad y sin poder expresar nuestro desconcierto. La única alharaca será el obsequiarnos la amargura en un empaque adornado de sonrisas. Nos instalarán los hilos traslúcidos del dominio sin vuelta atrás.
Esta constituyente tiene el propósito absoluto de implantar el Estado comunal y asegurar la continuidad del régimen, sin resquicios para las decisiones democráticas. Todo será controlado por el estado padre, desde la educación de nuestros hijos, los medios de comunicación y los organismos de seguridad, hasta la forma y el momento en que podamos saciar nuestras necesidades más extremas.
Las universidades se trasmutarán en cuarteles de la revolución, con un único lineamiento filosófico y político, predominando la vacilación del ignorante. Quedará en nuestras evocaciones la autonomía de nuestras casas de estudio, desplomándose cualquier indicio de prosperidad.
Nuestra forma de vida tendrá sus desaforadas bases en el poder comunal, por medio de las inverosímiles comunas, desde las cuales se efectuarán cualquier tipo de elección, echando al traste el voto universal y asegurando que sólo sufraguen sus adoctrinados.
Pero la sensación de aniquilamiento llegará al límite de lo impensable, cuando desaparezca la propiedad privada por completo. Posiblemente nuestras posesiones tendrán el remoquete de adjudicación, pues todo le pertenecerá al supremo Estado y éste decidirá si continúas teniéndolo o se lo transfiere a quien le venga en gana. El apremio por la puesta en marcha de esta urdida constituyente tiene la vil intención de tapar todos los orificios de salida. El articulado de la nueva Carta Magna tendría la insensata extravagancia de la fatalidad.
Nos hallamos a la víspera del aniquilamiento total o del inicio de la recomposición del país. La consulta popular del pasado fin de semana sirvió de acicate emocional para robustecer el empeño y corroborar el sentimiento mayoritario por devolverle la democracia a una Venezuela compungida, golpeada en el orgullo patrio y con ansias de reencontrar su camino. La libertad es el mejor regalo que podremos darle a nuestra madre territorial.