Más del 70% de los cubanos nació después de aquel enero de 1959 en que un grupo de barbudos entraron a La Habana, armados y sonrientes. Poco después de aquel momento, los libros de texto de las escuelas, todos los medios de prensa y la propaganda gubernamental presentaron a los “revolucionarios” vestidos de verde olivo como los padres de la patria
Mi madre nació bajo el castrismo, yo nací bajo el castrismo y mi hijo nació bajo el castrismo. Al menos tres generaciones de cubanos hemos vivido bajo el liderazgo de dos hombres con un mismo apellido. Esa uniformidad está a punto de romperse el próximo 19 de abril cuando se dé a conocer públicamente el nombre del nuevo presidente. Sea continuista o reformista, su llegada al poder marca un hecho histórico: el fin de la era Castro en esta Isla.
A pesar de la cercanía de esta jornada, sin precedentes en el último medio siglo, en las calles habaneras las expectativas se hallan en un punto muy bajo. En un país que está al borde de experimentar un cambio trascendental en su nomenclatura, que podría comenzar en pocos días.
Al menos tres razones alimentan esa indiferencia. La primera de ellas es la lamentable situación económica que mantiene a la mayor parte de la población atada a un ciclo diario de sobrevivencia en el que hacer elucubraciones políticas o vaticinar un mañana diferente resultan tareas relegadas por otras urgencias, como poner un plato en la mesa, transportarse de ida y vuelta al trabajo o planificar una escapada hacia otras latitudes.
El segundo de los motivos de tanta apatía tiene que ver con el pesimismo que brota de la creencia de que nada va cambiar con un nuevo rostro en las fotos oficiales, porque la actual gerontocracia mantendrá el control a través de un títere dócil y bien controlado; mientras que el tercer combustible para el hastío viene de no conocer otro escenario, de no tener las referencias para imaginar que hay vida después de la llamada Generación Histórica.
Ese sentimiento de fatalidad, de que todo seguirá como hasta ahora, es resultado directo de seis décadas en que Fidel Castro primero y, Raúl Castro después, controlaron la Isla sin que ninguna otra persona pudiera hacerles sombra o cuestionar su autoridad en la más alta instancia del Gobierno. De tanto mantenerse en el timón de la nave nacional, a fuerza de aplastar a la oposición y de eliminar a otros líderes carismáticos, ambos hermanos se han mostrado todo este tiempo como parte indispensable y permanente de la historia nacional.
Más del 70% de los cubanos nació después de aquel enero de 1959 en que un grupo de barbudos entraron a La Habana, armados y sonrientes. Poco después de aquel momento, los libros de texto de las escuelas, todos los medios de prensa y la propaganda gubernamental presentaron a los “revolucionarios” vestidos de verde olivo como los padres de la patria, los mesías que habían salvado al país y los redentores del pueblo. Difundieron la idea de que Cuba se identificaba con el Partido Comunista, la ideología oficial y un hombre apellidado Castro.
Ahora, la biología está a punto de poner punto final a ese capítulo de la historia. El calendario cubano podría tener en éste su año cero y hasta un nuevo principio. Sin embargo, en lugar de gente con banderas en las plazas, de jóvenes entusiastas gritando consignas o de fotos épicas, lo que se percibe por todas partes es el cansancio. La sigilosa actitud de millones de personas a las que el entusiasmo se les atrofió tras una larguísima espera.