El final del conducator 

 

Nicolás Ceausescu tenía la convicción que la represión que había ordenado terminaría por apaciguar los ánimos. La población ya se había percatado que algo extraño estaba sucediendo en Bucarest y no dudó en lanzarse a las calles de las principales ciudades para gritar “¡Abajo la revolución!” y “¡Abajo el Gobierno!”

El sustantivo conducatorderiva del verbo rumano a conduce que a su vez proviene del latín ducere (liderar). El título fue utilizado por el dictador rumano Nicolás Ceausescu. Este personaje convocó el 22 de diciembre de 1989 a una manifestación enfrente del Comité Central del Partido Comunista en Bucarest, para demostrarle al mundo que la ciudadanía seguía apoyándolo como líder indiscutible de Rumania, y al mismo tiempo para tratar de contrarrestar el debilitamiento de su imagen ante los rumanos.

Su sorpresa fue mayúscula al ver que, mientras daba su discurso, la gente lo abucheaba. La primera  combatiente de la revolución rumana, Elena, le susurraba al oído que le ofreciera al pueblo más bolsas de comida de las que ya percibían. Nicolás, con el agua al cuello, también le prometió al pueblo: “Esta mañana hemos decidido que, durante el próximo año, aumentaremos el salario mínimo y mejoraremos las pensiones”.  Un día antes de su discurso final, el conducator había expresado: “Parece cada vez más claro que hay una acción conjunta de círculos que quieren destruir la integridad de Rumania y detener la construcción del socialismo, para poner de nuevo a nuestro pueblo bajo la dominación extranjera". 

Durante el discurso, la imágenes del dictador y su esposa tratando de calmar a los asistentes resultaban caricaturescas, sobre todo después de los irrisorios anuncios. La reacción de su “amado” pueblo fue tal que su guardia personal le recomendó que se ocultara en el interior del edificio, al tiempo que la señal de televisión era sustituida por anuncios ensalzando las bondades del socialismo. La población ya se había percatado que algo extraño estaba sucediendo en Bucarest y no dudó en lanzarse a las calles de las principales ciudades para gritar “¡Abajo la revolución!” y “¡Abajo el Gobierno!”. Nicolás tenía la convicción que la represión que había ordenado terminaría por apaciguar los ánimos.

Cuando se convenció que la situación se le había ido de las manos, ordenó al piloto de Casa Militar que consiguiera dos helicópteros con personal de seguridad para escapar. Al momento de dar las órdenes, Ceausescu escuchó en el auricular la respuesta del oficial, que sonó casi como una sentencia de muerte: “Señor presidente, hay una revolución aquí afuera. Usted está solo. ¡Buena suerte!”.  

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