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Los recientes resultados de las elecciones parlamentarias plantean un escenario hasta ahora inédito en nuestro país, donde el consenso y la reconciliación son las figuras que deberían sobresalir entre las diversas alternativas que tienen ambos bandos. La severa crisis económica, caracterizada por la contracción del crecimiento económico de 11 puntos, inflación que pudiera llegar a 300 %, descenso de las importaciones de 9,5 % y caída del precio del petróleo hasta 20 dólares el barril, que seguirá acompañándonos durante el 2016.
Requerirá de la modificación de varias leyes entre las que se cuentan la ley del Banco Central, Sundee, la ley Orgánica del Trabajo, del monopolio y la del Poder Popular. Sin dejar de lado, sin embargo que se debe tener cuidado con el nivel de expectativa que se manejan, pues al fin al cabo el Parlamento es un escenario para presionar al ejecutivo. Pero el poder para tomar decisiones económicas seguirá en las manos del Presidente de la República y habrá pocas posibilidades de que el mercado petrolero se recupere, por lo que un viraje hacia la recuperación de la industria nacional es una necesidad inminente. Lo que está claro es un escenario petrolero con precios a la baja.
Por tanto, la posibilidad de reactivar la economía no será con el motor del gasto público, sino con la inversión privada. La propia supervivencia del Gobierno así lo exige. Al desplomarse el ingreso fiscal petrolero, la posibilidad de compensarlo vendría por la vía de la unificación cambiaría y la creación de mejores condiciones para la inversión privada, de tal manera que se pueda superar la recaudación de impuesto sobre la renta y el IVA. Esto requiere garantizar mayor seguridad jurídica, flexibilizar los rígidos controles que ahogan la producción, así como lograr la paz laboral.
También, es imprescindible nombrar un nuevo equipo económico, sin prejuicios ni complejos que incluya al sector privado, para imprimirle credibilidad a la revisión y rectificación de la política económica. Eso creemos