Aún
La habitación ya perdió su aroma. La soledad y la tristeza se respiran en la recámara de Adrián José Duque Bravo (23), contador que asesinaron el pasado 24 de mayo con una metra en una manifestación en las Torres dell Saladillo. Sus hermanas guardaron toda su ropa en el clóset, desarmaron su cama, apagaron las luces y cerraron la puerta. En el interior, un destello de luz se cuela por la ventana, ilumina un pendón con fotografías de otros tiempos, como si el joven observara a su familia desde lejos.
Los familiares del “Capitán América”, como comúnmente llamaban a Adrián, no se acostumbran a la idea de no verlo. En torno a una mesa, en el porche de la casa 25C-80 del sector Los Haticos, al este de Maracaibo, sus hermanas, Andrea, Adriana y Andreína, lo recordaron y describieron como un joven de carácter difícil, decidido, reservado, honesto, noble y responsable. Todas desconocían cómo llegó a participar en las manifestaciones en contra del Gobierno y cuán involucrado estaba en la quema de cauchos y trancas en la avenida Padilla.
Entre lágrimas, Andrea comentó lo difícil que le resultaba entrar a la habitación. “Su presencia aún se siente en ese espacio”. Hacer las arepas para la cena, llenar las botellas con agua, compartir en familia, no es lo mismo sin que él esté allí. Alzó la vista por un momento, un recuerdo asaltó a su mente, la única tarea que tenía Adrián en la casa era llenar esas botellas, lo detestaba.
Desde una agencia de lotería Duque, en la casa, Yumaira Bravo, madre de Adrián, observaba a sus hijas. La palidez de su rostro combinaba con el color de su ropa, lucía seria, con la mirada fría y evasiva. Al cabo de media hora, la mujer se acercó hasta el porche, se sentó junto a su esposo y se desahogó. “No se abría con nadie, ni siquiera con su padre, a quien respetaba y admiraba”.
– ¿Cómo hace para vivir ahora que Adrián no está?
Agachó la cabeza y miró al suelo. Suspiró y ahora en llanto respondió: “No sé, no sé”. Recordó la cena especial que le preparó para el Día las Madres.
Sus ideales
Las Duque solo sabían que marchaba desde 2014. A las primeras protestas lo acompañó Adriana (23), su hermana morocha. Tras su asesinato, la familia conoció detalles de su vida como manifestante. Supo del escudo de Capitán América que guardaba en las Torres, su participación activa en un grupo de estudiantes universitarios y vecinos encapuchados.
Uno de sus amigos le contó a Andreína que al principio solo los invitaba a marchar, luego colocaron unas barricadas y quemaron un camión en Los Haticos. “Ese día Adrián presenció como un guardia atacaba a uno de sus compañeros, se interpuso entre ellos, lo tomó por los brazos y le dijo: ‘No podemos rendirnos’. Levantó el escudo de Capitán América, avanzó unos pasos y les gritó: ‘No se vayan, sigamos adelante’”.
“Salvar a Venezuela del desastre era una misión de vida para él”, le repetía insistentemente a sus padres, Yumaira Bravo y Henry Duque. En ocasiones, les recriminaba que encerrado entre las cuatro paredes de su habitación no iban a hacer nada.
Cuando llegaba del trabajo, se cambiaba la ropa, decía que iba a jugar fútbol con sus amigos, no era verdad, en realidad se reunía con el grupo de Resistencia Saladillo. Participaba en sus plantones, tranca de avenidas y quema de cauchos desde 2015. Tras su asesinato, los 25 jóvenes dibujaron su silueta sobre el pavimento, colocaron su fecha de nacimiento y deceso. Lo recuerdan por el empuje que lo caracterizaba.
¿De verdad nunca se enteraron de sus acciones?
Henry Duque, padre de Adrián, hizo silencio. “Sabía que si llegábamos a enterarnos de lo que hacía se lo prohibiríamos. Mi hijo tenía mucho futuro, ya se había graduado, estaba trabajando, pensaba en casarse”.
¿El escudo de Capitán América quién se lo hizo?
Al escuchar la pregunta, Andreína interrumpió a su padre y respondió: No sabemos quién lo fabricó, nunca apareció en la casa con él. Un amigo nos dijo que lo utilizaba para protegerse, porque sabía que le podían tirar cualquier cosa encima.
Se apagó su futuro
Rosidell Rodríguez mantuvo una relación amorosa con Adrián por seis años. Se considera parte de su familia y después del homicidio aún la visita. Planificaron su boda para cuando ella se graduara de abogada y después se radicarían en Chile.
Los sueños quedaron en el aire cuando la metra le atravesó el abdomen y lo mató. “Sé que debo continuar con mi vida; pero me resulta muy difícil digerir todo lo que paso”, puntualizó la joven.
Luis Barrera, director de la firma de contadores Barrera y Asociados, se maravilló cuando lo conoció hace dos años. Lloró cuando recordó su valía, su talento y su potencial. Se enteró de su muerte por su empleada doméstica. “Él me decía que debíamos luchar por Venezuela”. Su jefe nunca intuyó cuánto creía su nobel contador en esas palabras. Consideró que era un venezolano más que se quejaba. Lo admiró aún más al conocer sobre su lucha secreta.
En una esquina de la oficina, su escritorio permanece tal y como lo dejó, nadie se ha atrevido a mover las cosas de lugar. Había un cliente en especial a quien le preguntaba: “¿Cuándo me trae la galleta que me prometió?”. Después de su muerte, el cliente llevó la galleta hasta la oficina.
Cuando Patricia la recibió le prometió que no la movería del escritorio, ni permitiría que nadie se la comiera. Al sostenerla entre sus manos leyó como exaltaban su nobleza.