Mientras
Los funcionarios policiales la increpan y esperan algún desliz en sus argumentaciones. Llevan horas de extensos interrogatorios, cuyos pormenores se repiten una y otra vez. Ella permanece casi inmóvil, con el alma torcida y el entendimiento perdido. Las respuestas siempre giran en el mismo vértice. Su hijo murió sin remedio por hambre. El pequeño de dos años falleció atorado en un llanto que nunca pudo ser despejado; entumecido por el padecimiento de no tener nada qué llevarse a la boca.
Como única estrategia ante la angustia de la carencia alimenticia, su progenitora lo envolvía en un trapo, lo mecía convulsivamente y lo sustentaba con sorbos de agua. Pero tal método se extinguió a las 72 horas. Yacía en la cuna inerte y desnutrido, bajo el desamparo de un país arropado de frustraciones. Sus otros cinco hermanos viven en los mismos pasillos inconclusos de esta hambruna forzada, mientras la madre ahoga sus explicaciones en la tumultuosa comprensión de no tener ni comestibles ni dinero para adquirirlos.
Ahora Venezuela empieza a contar con la implacable colección de casos de bebés fenecidos por desnutrición severa. El espanto de la necesidad rebasó la calzada de la comprensión, andando con pavor al observar el recio esquema al cual nos ha llevado este desventurado socialismo, con su lucha desmedida por tener a la población en iguales condiciones, pero en el muladar de la pobreza.
Bien la prensa ha discurrido informaciones sobre la indignante muerte de seis niños con problemas asociados a la desnutrición en los últimos meses. Diputados opositores afirman sin reparos que fallecen 28 pequeños diariamente por falta de alimento y enfermedades asociadas a tan desaforada privación.
Ver a estos niños llegando a ambulatorios y sitios asistenciales con las fachas trepidantes e hirientes del hambre, resulta un experimento emocional de helar los nervios. Sus piernas y brazos son excesivamente delgados; con el abdomen ventrudo, la piel descamada y pegada a los huesos; con la mirada indómita y perdida de aquellos que no tienen fuerzas para subsistir.
La retorcida competencia nacional entre amigos y conocidos, estriba ahora en precisar -con sufridas aproximaciones-, cuánto se ha rebajado en los últimos meses y hacer esas extravagantes comparativas ante las proporciones físicas disminuidas.
Cuán perdurable puede ser este sucesivo escenario de ver morir a nuestros niños de hambre. Mientras tratan de cuartear nuestra entereza con atropellos políticos e institucionales, la población cuenta a sus hijos muertos en una guerra implacable de sobrevivencia, pero con la convicción y la certeza de que los males no son eternos.