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París pasó de ser una fiesta (Ernest Hemingway) a un cementerio lúgubre con la Torre Eiffel sin destellos y unos sobrevivientes que solo mascullan el miedo. 50 por ciento de las reservaciones turísticas en los hoteles parisinos ya fueron canceladas. Y es que el enemigo es invisible porque se mimetiza entre todos los ciudadanos de París, Londres, Roma, Berlín, Madrid, Moscú y Washington. Y nadie sabe, ni siquiera las muy eficaces Policías, cuando volverá atacar sobre civiles desarmados e inermes. “La seguridad está por encima de la estabilidad”, dicen hoy los líderes franceses heridos en su orgullo propio, y al igual que hizo Bush luego del atentado de las Torres Gemelas (2001), se saldrá a combatir molinos de vientos. La Policía y ejércitos atentarán contra las libertades fundamentales de la ciudadanía. Se redoblarán las escuchas telefónicas y el Internet será más intervenido aún. Los aeropuertos se convertirán en zonas de guerra y en nombre de la paz levantaremos monumentos funerarios.
Catorce siglos bajo el desencuentro y la animadversión mutua. Siglo VII y VIII el islam nace y se expande de una forma vertiginosa por el norte de África, la península Ibérica, Oriente Próximo y Oriente Medio, Persia y norte de la India. Mientras Europa vive de las pestes y hambrunas en la Edad Media, la ciencia, los sistemas de riego y la arquitectura florecen en el mundo islámico. Bastaría visitar hoy Córdoba y Estambul para rendirnos a la magnificencia del legado islámico en su mayor apogeo. 1492 no solo es el “descubrimiento” de América sino la expulsión de los moros en Granada. Occidente contraataca, el islam, se repliega.
El problema subyacente para Occidente no es el fundamentalismo islámico. Es el islam, una civilización diferente cuya gente está convencida de la superioridad de su cultura y está obsesionada con la inferioridad de su poder. El problema para el islam no es la CIA o el Ministerio de Defensa de los EEUU. Es Occidente, una civilización diferente cuya gente está convencida de la universalidad de su cultura y cree que su poder superior, aunque en decadencia, les impone la obligación de extender esta cultura por todo el mundo. Estos son los ingredientes básicos que alimentan el conflicto entre el islam y Occidente”. pág. 259-260 (Samuel Huntington en El choque de civilizaciones, 1996).