
Hansel
No hubo presagios ni advertencias. La madrugada de aquel 3 de junio de 2012, un reclamo y un zapatazo activaron su ira. El mandamiento con promesa: “honrad a padre y madre, para que tus días se alarguen en la tierra” no detuvo a Hansel Daniel Hernández Nazariego (21). El muchacho, con discapacidad auditiva, se abalanzó sobre su madre, Mercedes Josefina Nazariego (43), con un cuchillo y la apuñaló tres veces: una en el cuello y dos en su abdomen. Nadie en la avenida 7 del sector La Victoria, en el municipio Valmore Rodríguez, escuchó sus gritos o corrió en su auxilio.
Del matricidio no hubo testigos. En la casa solo vivía la víctima, su esposo, Neptalí García; y Hansel, único hijo de Mercedes. El “Mudo”, como le dicen cariñosamente al joven, tomó su tiempo para deshacerse del cadáver, aprovechó que su padrastro trabajaba. Lo cubrió con una bolsa negra y lo ocultó por casi 10 horas debajo de su cama.
Al amanecer todo parecía normal. García, jefe de la familia, llegó a casa tras culminar su guardia de 24 horas como operador de suministro en el muelle 1 de PDVSA y encontró todo en su sitio, menos a la mujer con quien compartió 18 años de su vida y quien siempre lo esperaba para atenderlo.
“Al muchacho lo encontré en su cuarto. Siempre estaba encerrado. Le toqué y con su lenguaje de señas me dijo que mamá estaba en el hospital”. El hombre supuso que se hacía el chequeo rutinario por sus problemas renales.
Mientras la esperaba, García limpió el patio e intentó comunicarse vía telefónica una docena de veces, durante dos horas, con su mujer. Al no obtener respuesta decidió ir por ella al hospital, luego al Centro de Diagnóstico Integral. No la encontró. A la carismática y querida dama, nadie la había visto.
El cuarto de Hansel permanecía bajo llave y como si nada, salía y entraba de la habitación sin dar muestras de lo que escondía.
“A eso de las 12.30 del mediodía me puse a revisar toda la casa y noté que la cama de nosotros estaba tendida. En ese momento supe que no había dormido en la casa y que algo malo había pasado. Fui otra vez al cuarto de Hansel, pasé y lo primero que vi fue los pies de Mercedes que sobresalían debajo de la cama”, recordó García. A medida que describía la escena su voz se hacía más pausada, por unos instantes contuvo el aliento, miró al piso. Tomó unos segundos y prosiguió: “los cubrían una caja de zapatos. Levanté el colchón y ahí la vi. Estaba muerta, pálida y llena de sangre”.
El sargento mayor retirado de la Guardia Nacional salió de la habitación. Contó que buscó al muchacho, lo increpó. Llamó a la familia de su mujer y luego a la Policía. Su hijastro se negaba a decirles qué había pasado.
Tras las primeras preguntas, los detectives de la Policía científica lograron una confesión del muchacho. Con señas, gestos, sonidos y movimientos le reconstruyó la pelea y el crimen. Les entregó el cuchillo y sus zapatos manchados de sangre. Lo detuvieron de inmediato. Los vecinos aseguraron a los oficiales que el “Mudo” consumía drogas.
El 21 de julio de 2012, la Fiscal Séptima del Ministerio Público y su auxiliar, Eglé Puentes y Domingo Romero, respectivamente, acusaron a Hansel por la presunta comisión del delito de homicidio calificado. Solicitaron ante el Tribunal Quinto de Control del estado Zulia, la admisión de la acusación y posterior enjuiciamiento. A Hernández Nazariego lo recluyeron 11 meses en el Centro de Arrestos y Detenciones Preventivas de Cabimas. Ahora goza de una medida cautelar sustitutiva de arresto domiciliario. Vive en casa de sus tías maternas en Moteo, municipio Baralt. Las audiencias han sido suspendidas en más de 10 oportunidades.
Hace tres meses el “Mudo” regresó a su casa. Llegó custodiado por tres policías. Entró y salió. Los vecinos observaron desde sus ventanas. Hay recelo. Le temen, lo culpan.
Neptalí García pocos días después del asesinato se mudó de aquella casa. Jura que desde que encontró el cadáver de su mujer nunca más pudo estar “solo ahí”. Continuó con su vida, pero aquel crimen lo marcó. “Ellos – la familia de su esposa- quieren culparme del homicidio. Presenté todas las pruebas en su momento, acudo a las audiencias cada vez que lo solicitan, pero ellos me señalan”.
La residencia de los Nazariego desapareció. La vendieron unos meses después del crimen y recientemente fue derribada. Los vecinos recuerdan con espanto ese día. Hablan poco del tema, lamentan la triste partida de quien describen como una decente, amable y carismática mujer. Los lindos recuerdos que tenían de una vida familiar de sus vecinos se esfumaron, ahora quedó el horror de su trágico desenlace.