El orden absurdo

Venezuela ocupa hoy uno de los últimos lugares en los índices de calidad institucional en el mundo, lo cual nos hunde cada vez más en el tremedal del subdesarrollo

“Las culturas que predican las virtudes de la pobreza suelen lograr, precisamente, aquello por lo que rezan”. Alvin Toffler

En pleno siglo XXI, cuando el mundo entero reconoce que estamos en la sociedad del conocimiento impulsada frenéticamente por el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (Tics), luce por lo menos irracional el afán desmedido y obsesivo por parte del régimen por copiarse experiencias comprobadamente fracasadas. Actitudes borbónicas, como las calificó Petkoff o fanatismos que responden sectariamente al dictado emocional de una forma de organización social cuyas ideas lucen estancadas como las aguas pantanosas.

El estudio de la calidad de las instituciones ha sido un aspecto de interés de la ciencia económica que le valió el premio Nobel a David North por considerar a estas como un soporte necesario y determinante para el desarrollo de las naciones. En ese sentido, Venezuela ocupa hoy uno de los últimos lugares en los índices de calidad institucional en el mundo, lo cual nos hunde cada vez más en el tremedal del subdesarrollo y nos aleja del sendero amplio, fértil y profundo del conocimiento. 

Una característica de los Estados fallidos, es que el Gobierno, más que su ausencia, es su presencia la principal causa del fracaso de una sociedad. Lo que es peor aún, la destrucción de las instituciones y la consecuente anarquía se hace de manera deliberada causando enormes riesgos y calamidades a sus propios habitantes. Los impulsores de esta tesis de los Estados fallidos, observan que los países de más baja clasificación en el índice de calidad institucional se enfrentan a riesgos mayores de conflictos internos, violencia civil y catástrofes humanitarias. A esto hemos llegado; estamos en presencia de un orden absurdo, con un gobierno de forajidos, copiando modelos políticos, económicos y sociales fracasados en el planeta, y cuando esto sucede en una sociedad, no existe el derecho.

El régimen imperante en Venezuela ha destruido sistemáticamente nuestras instituciones fundamentales, alejándonos cada vez más del desarrollo económico y del bienestar, ubicándonos más nítidamente en el prototipo de un Estado fallido con una población en los umbrales de la miseria material y espiritual. Es urgente un cambio de rumbo en el país y el rescate heroico de nuestras instituciones, con un gobierno decente al frente. El mensaje es para los venezolanos que aman al país, no para los indolentes y los delincuentes que hoy, para vergüenza de naturales y extranjeros lo dirigen.

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