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El periplo del papa Francisco por Cuba y México es la de un genuino misionero de misericordia y paz. Este maravilloso líder de la Iglesia católica ha sabido encarnar dignamente el mensaje de Jesús, siendo un vocero legítimo del mismo ante millones de seres humanos, con el propósito de llegarle al corazón de la juventud esperanzada en un mundo mejor.
Se acabó el tiempo de la Iglesia de dirigentes cuestionados, engreídos e intolerantes frente a las otras religiones del mundo. El papa Francisco llegó a ocupar la silla del apóstol Pedro, ejerciendo un protagonismo renovador que aboga por la necesidad de crear la civilización del Amor.
En sus discursos y homilías aboga por la ingente necesidad de abrir los caminos de la paz y la reconciliación, a través del Amor. La inmensa mayoría de la juventud de estos días harta está ya de tantos discursos proselitistas y vacíos de esencialidad, venidos de muchos religiosos y políticos, que separan en vez de unir, que antagonizan en vez de reconciliar, que confrontan y dividen en vez de contribuir a la unión, el diálogo y el entendimiento.
La palabra clave del mensaje del Papa renovador es la del Amor, que pareciera ser un sentimiento en vía de extinción o algo muy cursi. Al hablar la gente del Amor, lo entiende y circunscribe al hecho de estar enamorados de sus parejas y también a las relaciones sexuales. Esa noción del Amor es apenas un minúsculo aspecto de la energía del amor divino, una poderosa que motoriza al universo entero.
Lo que Cristo legó a los hombres y a los sacerdotes fue la enseñanza del Amor con “A” mayúscula, vale decir, aquel sentimiento que trasciende todo interés egoísta y personal. Amor con “A” es el que se da sin esperar nada a cambio y por el solo hecho de ser bondadosos, justos y hacedores del bien con los demás, con el prójimo, con el excluido, el necesitado, el abandonado, etc. Esta hoja de ruta pasa necesaria e inexorablemente por la práctica del Amor Divino, que se traduce en honestidad, rectitud, integridad moral, justicia y equidad, moderación, sencillez y humildad, virtudes estas que son radicalmente opuestas al flagelo de las drogas y el narcotráfico, el egoísmo y la maldad, violencia y sicariato, los secuestros, trata de blancas, esclavitudes, vicios, prostitución infantil, corrupción, justicia banal, apegos desmedidos al dinero, la fama y la posesiones materiales que conducen a crímenes y asesinatos, torturas, tiranía, maltrato familiar y demás lacras sociales e individuales.
Al decir del maestro Torkom Saraidaryan, “Amar a toda la creación es amar a Dios. Por ello la religión del Amor es el más legítimo y veraz de todos los credos”. Esta es precisamente la bandera de acción que enarbola en sus discursos el papa Francisco, un gran renovador.