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El historiador y político Ingles Lord Acton, dijo: “La libertad ha sido el motivo de buenas acciones y el pretexto de la delincuencia común, desde la siembra de la semilla en Atenas, unos 500 años antes de Cristo, hasta que la cosecha madura fue recogida por los hombres de nuestra raza. Es el delicado fruto de una civilización madura, habiendo transcurrido muchos años desde que las naciones conocedoras de su significado, resolvieron ser libres”.
Lord Acton vivía preocupado por la amenaza a la libertad del absolutismo gubernamental, la tiranía de las mayorías, la administración burocrática, la democracia y el socialismo. En uno de sus escritos señaló: “Hay muchas cosas que no puede hacer el Gobierno, muchos buenos propósitos a los que debe renunciar. Debe dejar esto a las iniciativas de otros. No puede alimentar, enriquecer, ni enseñar al pueblo porque el poder popular se pudre con el mismo veneno que el poder personal”.
Está demostrado que ni siquiera en las épocas más liberales de la historia griega alguien pudiera expresar sus opiniones verbalmente o por escrito con tranquilidad. Platón cuenta cómo los atenienses, amantes de la libertad, castigaron a Sócrates por el crimen de hacer “preguntas subversivas”. Desde la antigüedad, ningún obstáculo ha sido tan constante y difícil de superar, ya que, la incertidumbre y la confusión tocan la naturaleza de la verdadera libertad. Ni los intereses hostiles han causado tanto daño como las falsas ideas.
Los atenienses veneraban la constitución que les había dado prosperidad, igualdad y libertad. Toleraban una variedad considerable de opiniones y una gran licencia de expresión. De este modo se convirtieron en el único pueblo de la antigüedad que creció con respeto por las instituciones democráticas. Sin embargo, la posesión de un poder ilimitado, aquel que corrompe la conciencia, endurece el corazón y confunde la comprensión de los monarcas también ejerció su influencia sobre la ilustre democracia de Atenas.
Pero cuando el gobierno ateniense trató de desviarse de los caminos legales, el pueblo, en uso de sus atribuciones soberanas, unió el Poder Legislativo, el Judicial y, en parte el Ejecutivo. Esta es solo una muestra de que a la soberanía popular no se le deben secuestrar sus canales de expresión porque se corre el riesgo de que el torrente popular encuentre nuevas vías de manifestación.