Los tiempos de impunidad se acaban, los cercos se cierran, las sanciones caen y la ira contenida presagia tormentas. Comencemos pidiendo protección divina, avancemos con un frente nacional unitario y tendamos puentes con la ayuda internacional
Se ha comprobado, de no ser así no quedaría nadie vivo en el régimen venezolano. En la historia republicana jamás se habían repetido actitudes, declaraciones o afirmaciones que harían morir de vergüenza, a cualquier funcionario público de países y gobiernos serios.
No podía ser de otra manera con el neo-chavismo de Maduro. No existía sentido del ridículo con el comandante, mucho menos con el heredero designado; este par de sin-vergüenzas, fueron y han sido capaces de afirmar sin pestañar, cualquier barbaridad.
Hacer el payaso, nivelarse por lo bajo, expresiones vulgares, demostrar su ignorancia, resultaba diferente; en un país donde sus gobernantes se habían esforzado por dar lo mejor de sí. En su mayoría serios, unos con experiencias en la lucha político-partidista; otros como estadistas, que pusieron en alto el nombre del país.
La banda que nos gobierna carece de vergüenza, no puede sentirla, esta emoción está ligada a la dignidad, cómo se puede hablar dignamente de gobierno, cuando se ha reducido una nación a la mendicidad.
Como sostener un discurso patriota; cuando se han robado el mayor ingreso nacional que hemos tenido y se ha permitido la infiltración castrista. Vergüenza sentimos nosotros, de ver el estado en que se encuentran hospitales, calles, puentes, universidades.
Tristeza sentimos, al constatar la distancia entre lo que somos y lo que deberíamos ser. Si los representantes del régimen tuvieran autoestima se habrían preocupado por actuar bien; por cumplir con su deber de servirle a la patria, valores lejanos al chavismo. Hoy los vemos escapar a otros países, tratando de irse a tiempo, creyendo que salvarán lo acumulado. Es más, muestran con desparpajo la riqueza mal habida, el abuso de poder y el cinismo en sus discursos.
El vicepresidente del área económica, Tarek El Aissami declaró: “Vamos muy bien” con el programa económico. O esta otra perla sobre el salario: “Hoy el país tiene un poder adquisitivo real. Hemos colocado el trabajo, el sudor de los obreros y obreras por encima del capital”. Tantos disparates, que dan la razón a Gustavo Tarre Briceño: “La desvergüenza, la ridiculez, la mentira reiterada y la cursilería, se han convertido en las características más resaltantes de la llamada revolución”.
Sin temor al ridículo, Maduro va a las Naciones Unidas para intervenir ante una sala vacía; describe una Venezuela, que el mundo sabe que no existe. Ante 96 países habían aprobado en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, una resolución donde solicitaban al gobierno aceptar la ayuda humanitaria. Nadie cree en el régimen ni en su capacidad para resolver la crisis. Lo que se ha evidenciado es que la situación creada es voluntaria la falta de libertades; el fraude electoral, el cerco a la Asamblea Nacional, la hambruna, todo forma parte de un proyecto de sumisión.
No puede esperarse rectificación de este “gobierno” soberbio. Entendido como una supervaloración del poder y del dinero que tienen imbuidos de vanidad y con un exaltado nivel de prepotencia. Están ciegos, sufren el síndrome de Hybris, la enfermedad de los que piensan que lo saben todo. Irreflexivos personifican el desprecio temerario hacia el espacio personal del otro; como reza el famoso proverbio: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”.
Los tiempos de impunidad se acaban, los cercos se cierran, las sanciones caen y la ira contenida presagia tormentas. Comencemos pidiendo protección divina, avancemos con un frente nacional unitario y tendamos puentes con la ayuda internacional. De la mano de la ayuda humanitaria, recuperaremos la perdida libertad.