En esta noche que se prolonga inexplicablemente, en medio de grandes padecimientos, el Zulia como Venezuela entera se tambalea. Con lo único que no ha podido acabar Corpoelec, es con nuestro simbólico faro del Catatumbo
El Zulia atraviesa por una de sus noches más largas y tenebrosas. Ni en los días de Guzmán Blanco y Cipriano Castro habíamos vivido tiempos peores. La cuota de sacrificio de esta región ante el desastre general, es mayor que la del promedio nacional.
Políticamente, estamos en el reino socialista de la ignorancia, la ineficiencia y la corrupción, en manos de mandatarios mediocres a nivel nacional, estadal y municipal, sin liderazgo alguno, que dejan mucho que desear.
Económicamente, la región experimenta el deterioro creciente de la economía petrolera y de las actividades agropecuarias en las que habíamos sido pioneros, como la producción de carne, leche o plátanos. Socialmente, la pobreza ya supera al 80 por ciento de la población, que experimenta además una crisis nunca vista en la educación, la salud y la generación de empleos.
Y por si todo esto fuera poco, el lamentable estado de los servicios públicos básicos: transporte, agua potable, distribución de bienes de consumo y electricidad, convierten a la vida cotidiana de los zulianos en una verdadera odisea, en medio de una hiperinflación sin precedentes en la América Latina.
En consecuencia, el Zulia se deteriora a pasos agigantados en manos de gobernantes entregados y resignados a sufrir en silencio las calamidades de un socialismo militar, inviable y centralista. Por ello, en esta noche que se prolonga inexplicablemente, en medio de grandes padecimientos, el Zulia como Venezuela entera se tambalea.
Con lo único que no ha podido acabar Corpoelec, es con nuestro simbólico faro del Catatumbo, pues “ni aun el ímpetu de los huracanes” podría apagarlo. Por todo ello, ante tantas dificultades, habría que recordar lo que hace un siglo expresara el gran Marcial Hernández: que el nuestro, es un pueblo “que vive, se rebulle y crece” y que si “quieren sepultarlo, reducirlo a playa de pescadores, se encarama en el montón de arena como el rayo de luna, que tiene su raíz allá en el fondo inaccesible de los cielos”.
Es hora entonces de lucubrar “silenciosamente en los hogares” y de “arrancar acentos armoniosos a la guitarra y al tiple”, porque este socialismo nos rompió la lira, encaramados en la cúspide del montón de arena de nuestra dignidad y tradición como pueblo, que es iluminada por los rayos de un sol que es el gran amante de nuestra tierra, bien lejos de los “clarines y el parche militar” de ningún Estado mayor, incapaz de resolver ninguno de nuestros problemas.