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Antes no sabía nada de la historia real y trágica, toda mi referencia era libresca. Convivir con Dios es una tarea amable desde el rezo, la confianza, e incluso desde la misma y legítima duda. Aunque cuando se trata con los hombres, y el Frankenstein de Shelley es testigo: el camino es tortuoso.
Cuando yo estudiaba la historia y sus horrores en los distintos libros de consulta escolar siempre lo hacía desde una inocencia feliz. La historia era un cuento de fantasía, un relato inverosímil aderezado por la aventura. No había drama ni tragedia porque esos eventos ya se habían disipado en el recuerdo bajo la impronta del todopoderoso olvido, y geográficamente, ocurrieron en lugares remotos.Ya en la Universidad, nos hicimos profesionales de la historia y desde lo académicamente correcto nos dimos ínfulas de científicos.
Eran los tiempos del bipartidismo adeco-copeyano. No sabíamos nada de guerras civiles, golpes de Estado, dictaduras y presos políticos, referencias estas de un pasado oprobioso aunque ya superado. Manuel Caballero ha reivindicado este período bajo el signo de la paz de la mano del abundante petróleo. No obstante la paradoja: estado rico y un pueblo pobre: una ilusión de armonía social que terminó abruptamente en 1989. Y luego, la infamia de los golpes de Estado del año 1992 y el inicio en el año 1999 de la era chavista-bolivariana.
Lo cierto del caso es que con los bolivarianos, un proyecto hegemónico y antidemocrático, se han exacerbado todas las contradicciones negativas que se encuentran en el tejido histórico de los venezolanos. Volvimos a una guerra civil bajo el comando del hampa desatada, contabilizándose hasta 250 mil asesinatos durante el período de 16 años. La violencia está incontenible porque la necesidad ha terminado por acrecentar a la pobreza, y la pobreza se expresa como el factor más desestabilizador para una sociedad en cualquier circunstancia.
De igual forma el Gobierno bolivariano, mediocre en su rendimiento, ha destruido el aparato productivo nacional impidiendo las necesarias inversiones para que los ciclos de prosperidad se puedan alentar. A esto se le agrega la destrucción de la moneda bajo la voracidad de la inflación. Y ni hablar del éxodo de más de dos millones de compatriotas huyendo hacia el extranjero.
El resultado es el desquiciamiento más absoluto, la siembra de la desesperanza y la creencia de que el futuro está clausurado. Por fin, y sin quererlo, ahora sí que estamos dentro de esa historia como sufrimiento, esa que aparece en los libros y que sentíamos que no tenía nada que ver con nosotros.