
Pensar
Los precios elevados obligan el regateo, la negociación entre el querer y el poder, y la necesidad de adquirir alguna prenda de ropa que satisfaga en simultáneo a la vanidad y al bolsillo.
La escasa clientela camina mucho, observan bastante, preguntan lo suficiente y compran poco. Atrás quedó el gentío bullicioso que hacía alarde de la opulencia momentánea de diciembre y arrasaba con todo a su paso.
Los maniquíes son testigos mudos del devenir cotidiano durante esta temporada que se quedó “fría”. Parados allí, inmóviles y pálidos, sirven de vitrina a una realidad que golpea sin tregua.
Ellos mismos, los muñecos, lucen golpeados, rotos, mutilados, desgastados, con esa cara dura, esos ojos sin vida y esa sonrisa muerta que parece burlarse de los que pasan apresurados y sin un céntimo en el bolsillo.