Las
En una conferencia sobre la crisis y sus causas, comentaba Carlos Solchaga la frase de un amigo suyo, que reflejaba todo un mundo: “A mí me gustaría vivir como antes, pero pudiendo”. Ese era el sueño de una buena parte de los ciudadanos, recuperar las posibilidades del pasado con dinero suficiente como para disfrutar de ellas.
Sin embargo, para quienes creen que es bueno convertir los problemas en oportunidades de progreso, la ocasión parecía única. Incluso economistas neoliberales reconocían que las causas de la crisis no eran solo los ciclos inevitables, esa especie de destino implacable ante el que solo queda la resignación, sino también malas actuaciones éticas, ante las que es posible el cambio porque están en parte en nuestras manos.
Entre esas causas contaban la falta de transparencia en las prácticas bancarias, en el mundo empresarial y político, el fallo en los mecanismos de regulación y control, la falta de profesionalidad por parte de quienes actuaron por incentivos perversos en las entidades financieras y en las empresariales.
Ante la pregunta “¿qué hacer?” las administraciones públicas ponen en marcha medidas de transparencia, las empresas y entidades bancarias se comprometen con la Responsabilidad Social y con la Agenda 2030 de la ONU para el desarrollo sostenible, y en la sociedad proliferan los movimientos y pactos anticorrupción. Pero las formas de vida consumistas han cambiado poco y no llevan trazas de cambiar, porque en ellas se unen el hambre y las ganas de comer, las motivaciones personales y la dinámica económica.
Decía Adam Smith que el consumo es el fin de la producción, y que esa es una afirmación tan evidente que no necesita demostración. Pero, con el tiempo, medio y fin han cambiado de lugar: el consumo es indispensable para producir y, por lo tanto, para crear puestos de trabajo, sin los que no hay salarios ni posibilidad de vida digna. Por eso seguimos viviendo en una de esas contradicciones culturales del capitalismo tan difíciles de superar, porque hemos ligado el consumismo, no solo el consumo, a las posibilidades de producción y de creación de empleo.
Tener por meta pasarlo bien y consumir no parecen ser formas de vida nuevas, aprendidas por haber sufrido el escarmiento de la crisis. Y lo peor no es que pueden llevar a otras crisis, sino que son incompatibles con el más elemental sentido de la justicia y la solidaridad.