Cada uno debe construir su propia lectura, un mismo texto encuentra ecos distintos, resonancias diferentes según quien sea su lector. Las lecturas que uno hace a lo largo de su vida, contribuyen a dibujar el tipo de persona que es, multiplica sus ecos y se abre a interpretaciones nuevas e inesperadas
Cuesta creer que los libros tal como los conocemos, esos volúmenes con tacto y peso que reposan en las estanterías, estén destinados a desaparecer. Muchos de ellos forman parte de nuestra vida, son como viejos amigos a los que siempre es posible regresar en busca de conocimiento, compañía o consuelo.
No acabo de entender cómo sería la vida, sin buscar con la mirada en tu biblioteca, aquel volumen del que recuerdas unos textos que te impactaron; sin volver a reencontrarte con aquellos párrafos subrayados para comprobar si lo que te llamó la atención entonces, aún despierta tu interés
Hay pocos lugares en los que me sienta más reconfortado y mejor acompañado que en el estudio donde conservo las obras de tantos autores cuyos pensamientos alimentaron los míos. Sus dudas me ayudaron a resistirme, en la medida de lo que uno es consciente, frente a los dogmatismos que impiden reconocer los propios errores o los prejuicios que empujan a imponer a los demás las propias creencias.
No sería yo sin mis libros. Han llenado muchas de las horas de mi vida, sin ellos, no sabría explicar mi propia identidad. Las lecturas que uno hace, a lo largo de su vida, contribuyen a dibujar el tipo de persona que es. Como diría, el premio Nobel de Literatura, John Steimbeck, “es casi imposible leer algo bello, sin sentir deseos de hacer algo bello”.
Pocas veces me he sentido prisionero en las mazmorras de esa especie de aburrimiento que no permite ver más alicientes de estar y de vivir que “matar el rato”. Cada uno debe construir su propia lectura, un mismo texto encuentra ecos distintos, resonancias diferentes según quien sea su lector. Multiplica sus ecos y se abre a interpretaciones nuevas e inesperadas. Metáforas sugerentes, historias espontáneas y de un realismo tan sobrecogedor y humano que toca el alma. Meten al lector dentro de la historia, encuentran en ella su propia vida.
Eso fue, en cualquier caso, lo que a mí me sucedió. La Perla, despertó emociones, sentimientos de todo lo bueno que anida en el corazón humano, pero también de la mezquindad y de la torpeza que en cualquier momento puede despertarse e irrumpir en la propia vida con una fuerza destructiva casi imparable.
Los libros han sido los espejos en los que he visto reflejado, muchas veces, lo mejor de mí mismo. Con un buen libro que estimule mi inteligencia o despierte mi sensibilidad, entiendan que mis ambiciones habrán quedado satisfechas. Pocas compañías superan a la de un buen libro, amigo y maestro.