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Desde que Claudio Fermín fue candidato presidencial, que escuché su didáctico discurso, lo he respetado y lo he considerado un dirigente político serio, con un mensaje siempre constructivo, patriótico y democrático. En pocas palabras: un líder resteado con la democracia.
En estos días aciagos que vive Venezuela, todos los demócratas deberíamos luchar por un solo objetivo: rescatar la democracia, para volver a respirar en libertad plena. Nadie, por mucho que quiera y pueda edulcorar su discurso, tendría razones para negar que en nuestra patria se ha instaurado una dictadura de las peores. Revisamos la historia, y ninguna otra le hizo tanto daño al país, ni fue tan larga como la de ahora.
Ese objetivo, del que hablé anteriormente, está por encima de cualquier razón o aspiración personal. He seguido con mucha atención la prédica política de Claudio en estos últimos tiempos. Sería una temeridad negarle la razón; como tampoco negaría a nadie que reclame más democracia interna, tanto en los partidos como en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). En eso acompaño a Fermín y a otros, pero en estos momentos lo que está planteado y lo que aspira más del 60 por ciento de los electores, es doblegar el modelo económico que, a juro y destruyendo lo que había, que era mucho y bueno, se ha implantado en Venezuela.
Con base a esto último tengo que admitir lo que muchos dicen: “Fermín tiene razón, pero hay razones -sobre todo cuando son políticas- que favorecen a unos y perjudican a otros”. Me sumo a este racional criterio: todo cuanto se diga o se haga, que le haga daño a la MUD, le hace daño también al pueblo en general. Porque la MUD es esta hora crucial, algo así como un buque salvavidas en medio del peor instante de un naufragio, el cual quieren abordar los electores para iniciar la vuelta a la democracia. En síntesis, el arma más poderosa con que cuenta el pueblo hoy es la Mesa de la Unidad Democrática, y está dispuesto a dispararla el seis de diciembre. ¡Quienes estén equivocados, les sobra tiempo para rectificar!