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La Venezuela feroz del siglo XIX y principios del XX, emergió nuevamente al asumir Chávez el poder, su preámbulo de golpista fallido, le encapsuló odio y retaliación, que bien madurados, hizo presente al asumir el poder. Desde el inicio de su primer mandato la ferocidad se desató en lo político, económico y social. Arrasó con el patrimonio nacional, las industrias, el campo, todo tipo de empresa productiva y lo peor, arrasó con la capacidad de tolerancia de quienes le siguieron, imponiendo una exclusión feroz contra todo el que disintiera y aun disienta de sus absurdas, intempestivas y destructivas ocurrencias, transformadas en decisiones de Estado.
Un séquito de aprovechadores, que degeneraron en hampa de Estado y hampa de derecha, entendieron perfectamente que su discapacidad mental y luego física, era el espacio perfecto para saquear el país y enriquecerse y así lo hicieron, y siguen haciendo, cada día con mayor intensidad. La desgracia de Haití, arrasada por el huracán Matthew, es prueba evidente. Venezuela con una crisis humanitaria destructiva, ve como el “generoso” Maduro envía millones de dólares en suministros a ese país. Detrás de eso, “guiso” seguro para el hampa de Estado y de derecha. Nada de principios. Dólares.
Lo grave y trágico, es el efecto social de esa conducta feroz pues por casi dos décadas tal comportamiento de las fuentes del Gobierno, descendió a la población y al efecto somos un país feroz en el cual la intolerancia y odio social es masivo. El irrespeto a las normas más elementales de convivencia social ha sustituido a cualquier forma de vida normal.
Nuestra vida es una experiencia paranoica continuada, el temor nos azota donde estemos, en la casa, trabajo o calle. La violencia en el tránsito, en las tiendas, supermercados, en bancos, etc., reflejan una psicopatía social que no augura buen fin. El hampa de izquierda, de hecho gobierna a un sector de nuestra población e indirectamente a otras clases sociales. Y no es precisamente la matanza indiscriminada de presuntos delincuentes, lo que hará disminuir los hechos delictivos, en un país en el cual la pena de muerte existe en forma descarada y que depende de la decisión instantánea de cada funcionario. O desde otro punto de vista, el linchamiento de delincuentes, tampoco es la solución y se convierte en una actividad destructora que genera el homicidio colectivo.
Venezuela está caóticamente inmersa en una patología que se resume en tres palabras: Delincuencia, inseguridad e impunidad.