El 24 de julio de 1823, en el Lago de Maracaibo, ocurrió un decisivo encuentro naval que se zanjó a favor de los republicanos. “La batalla se libró el 24 de julio. Los buques realistas sumaban 67 cañones y llevaban mil 200 hombres, de los cuales más de 1.000 eran americanos
No hay duda que la grave crisis de autoridad que sufrió Miguel de la Torre (1786-1843) en manos de un Ayuntamiento (el de Puerto Cabello) díscolo y envalentonado por la restitución de sus antiguas prerrogativas, catapultó el ascenso de Francisco Tomás Morales (1781-1845), quien ha sido considerado como el último capitán general de Venezuela durante la presencia española en el período hispano.
Morales a diferencia de su antecesor, era un guerrillero por naturaleza y no iba a permitir un lento y seguro final en manos de sus adversarios. Quedarse encerrado en Puerto Cabello a la defensiva no iba con su espíritu ofensivo y emprendedor. Y para sorpresa de todos, tanto republicanos como de los propios realistas, logró unas inesperadas como súbitas victorias en dirección oeste hacia la zona de los andes venezolanos, Coro y Maracaibo. El movimiento de Morales fue sorpresivo para los republicanos que no estuvieron preparados para enfrentarlo con suficientes y organizadas fuerzas.
La estrategia de Morales era tan sencilla como efectiva. Bolívar y el grueso del ejército colombiano estaban en el Sur del continente y toda la costa en el norte presentaba una gran vulnerabilidad. Liberadas algunas importantes cabezas de playa se podía reconquistar toda la Costa Firme con los adecuados refuerzos de algunas expediciones que se pudieran armar desde La Habana, México y Puerto Rico. Para ello era clave que el almirante Ángel Laborde (1772-1834) mantuviera con su flota el dominio del Caribe occidental, no solo como apoyo de las fuerzas terrestres de Morales, sino también para garantizar que las hipotéticas expediciones de auxilio pudieran llegar sin ningún tipo de percance.
La campaña militar hacia el Occidente venezolano que emprendió Morales puede sintetizarse de la siguiente forma: en los meses últimos del año 1822 se apoderó casi por completo de todo el Zulia: combate de Sinamaica (2 de septiembre) y conquista del Castillo de San Carlos (9 de septiembre); desde el dominio de la ciudad de Maracaibo marchó con su columna hacia la zona de los Andes (Trujillo y Mérida) en los primeros meses del año 1822, aunque sin resultados positivos, ya que la población de esos lugares no le respaldó como en un principio los realistas esperaban. Ante esta situación, Morales no tuvo más remedio que regresar a Maracaibo en la espera de las hipotéticas promesas de ayuda que vendrían del exterior.
El logro táctico de Morales solo fue un espejismo y se debió más bien al voluntarismo y audacia de su jefe. Las fuerzas republicanas, ya en esos momentos abrumadoramente superiores, no tardarían en reorganizarse y contraatacar una vez más con éxito. El 24 de julio de 1823, en el Lago de Maracaibo, ocurrió un decisivo encuentro naval que se zanjó a favor de los republicanos. “La batalla se libró el 24 de julio.
Los buques realistas sumaban 67 cañones y llevaban mil 200 hombres, de los cuales más de 1.000 eran americanos. Sus oponentes tenías mil 800 marineros y soldados con 96 piezas. El resultado del encuentro fue un total desastre para los primeros, que perdieron más de 800 hombres y 25 de las 31 embarcaciones de todo tipo que alinearon. Los independentistas cifraron sus pérdidas en menos de 160 muertos y heridos”. (Julio Albi, Banderas olvidadas, El ejército realista en América, 1990)
La flota realista quedó aniquilada y Morales en consecuencia completamente aislado del exterior. No tuvo otra opción que capitular (3 de agosto de 1823) y marcharse a La Habana, lugar donde haría públicos una larga recriminación en contra de Ángel Laborde, haciéndole responsable del fracaso militar que volvía a concederle todo el occidente venezolano a los enemigos del rey.
Puerto Cabello y su bastión seguía resistiendo, pero ya todo esfuerzo desesperado era inútil. Su jefe, Don Sebastián de la Calzada (1770-1824), tuvo que rendirse a las evidencias y capitular el 10 de noviembre de 1823 de manera honrosa, ante un enemigo que se portó de manera magnánima con el derrotado.