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El fantasma del fraude electoral vuelve a estar presente este domingo 30 de julio en la Historia de Venezuela. En el siglo XIX, este fenómeno ocurrió en 1846 en las votaciones donde salió electo José Tadeo Monagas, en contra de Antonio Leocadio Guzmán. En 1897 José Manuel Hernández, el Mocho Hernández, denunció la elección donde fue designado Presidente Ignacio Andrade.
En el siglo XX fueron fraudulentas las elecciones de 1952, donde salió electo Jóvito Villalba y tomó el poder el dictador Marcos Pérez Jiménez y en 1957 mediante un plebiscito fraudulento se reeligió al mismo dictador. Pero en el siglo XXI tanto en el año 2004 como en el 2013 las denuncias de fraude estuvieron presentes. Manuel Rosales y Henrique Capriles fueron los afectados respectivamente.
En la América Latina este ilícito ha estado presente en Perú en 1931 denunciado por el gran político Víctor Raúl Haya de la Torre y en el 2000 que provocó el derrocamiento de Fujimori. En la Historia de Argentina, Uruguay, Nicaragua y República Dominicana hay casos de fraude electoral ampliamente documentados.
El gobierno del dictador Nicolás Maduro ha convocado una consulta electoral para aprobar una ilegal Asamblea constituyente. El déspota se arrogó la decisión de imponerla, dictaminó quienes serían sus electores y anuncia que no habrá necesidad de consultarle al soberano el texto de la nueva Constitución.
Es un comicio con todas las características de un fraude electoral: suplanta al soberano por votantes escogidos, hay coacción contra empleados públicos, compra de voto con el llamado Carnet de la Patria. El Gobierno tiene el propósito de inflar el resultado. En una palabra estamos frente a un fraude mediático y el domingo por la noche tendremos un fraude electrónico.
Ante esta agresión a la dignidad de la nación no puede extrañar los diversos tipos de reacción de la mayoría del pueblo, que va desde la protesta abierta en las calles, con el costo de muertos, heridos, detenidos y perdidas económicas hasta una reacción legitima esperada de las provincias venezolanas.
Se pretende abolir el federalismo y legalizar el centralismo, con ello se abre el camino a la disolución de Venezuela. Los Estados quedan convertidos en mendigos sentados en baúles llenos de recursos, pero cuya llave está en Miraflores. Decía Rafael María Baralt que “El mal gobierno consiste en hacer depender el bien de la República de una sola voluntad, así es el despotismo y cuando impera no hay vida intelectual ni moral para el pueblo, sino empobrecimiento y abandono”.