Hoy todos desconfían de todos, el Gobierno de los empresarios, y éstos del Gobierno. Lo mejor que puede hacer cualquier ciudadano es contribuir a una mejor situación en su entorno, lo que a su vez puede servir de guía para que al sumarse miles se comprenda que otra realidad es posible
La desesperanza se ha abierto camino a pasos acelerados en Venezuela, los rostros de desconcierto, cansancio y temor abundan. Hay quienes intentan ocultar sus angustias entregándose al cinismo, mientras otros se refugian en la fe. Mientras tanto cada quien se convence a sí mismo que la sobrevivencia es la única estrategia válida, y que con ella todo está permitido, por lo que las reglas formales y la moral se van diluyendo en el día a día bajo la premisa de todo está permitido con tal de sobrevivir.
Mientras prevalezca la idea de la sobrevivencia como única forma de continuar en el país el entramado social se seguirá debilitando, y así cualquier posibilidad de solución a la grave crisis social que atraviesa el país. Hoy todos desconfían de todos, el Gobierno de los empresarios, y éstos del Gobierno; los actores políticos dudan unos de otros; y el ciudadano en general desconfía de las instituciones tal como señalan las encuestas. Ante esta realidad se impone una especie de ley del más fuerte, algo que sin duda no es el deber ser de ninguna sociedad.
Paradójicamente estos contextos tan difíciles pueden ser la semilla de grandes muestras de humanidad, y para ello la fortaleza personal y la solidaridad son dos piezas claves. Hoy a pesar del temor que genera la inflación hay miles de padres saliendo a buscar el sustento de sus hijos, otros miles de jóvenes tratando de forjarse un futuro, personas que en general buscan un espacio para seguir construyendo. Eso refleja una fortaleza que sin duda se traducirá en la madurez del pueblo venezolano de los años por venir.
Pero también es necesario ser solidarios, a veces se busca cambiar el país y no se es capaz de cambiar el entorno. Ayudar a quien más lo necesita en este momento es una forma de resistir los embates de las circunstancias actuales. No se trata necesariamente de lanzar consignas tan generales que no llegan a nadie, sino dar una mano a esas personas que en cada entorno personal están atravesando carencias materiales y espirituales muy profundas. La solidaridad parte de la empatía, de ponerse en el lugar del otro y comprendiendo sus circunstancias dar una mano.
No cabe duda que mucho del porvenir del país depende de las decisiones que algunos puedan tomar desde las posiciones de poder que ocupan, como también es evidente que hay intereses nacionales e internacionales pugnando por acceder a ese poder. Mientras tanto, lo mejor que puede hacer cualquier ciudadano es contribuir a una mejor situación en su entorno, lo que a su vez puede servir de guía para que al sumarse miles se comprenda que otra realidad es posible. El país sigue vivo, y hoy más que nunca el papel constructivo que cada quien pueda desempeñar es clave.