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El ser humano, aunque sea victimario, no puede morir sin echar un ojo consciente en la acera del otro, de su víctima. Su acto criminal, en muchos tramos de su vida toca a su consciencia. Se coloca cerca del reconocimiento de su culpa. El recuerdo de su atrocidad, como el agua mansa va derribando, paulatinamente, el muro de su insensibilidad. La consciencia, el sentimiento de culpa, el temor a ser castigado pudieran intimidarlo, detenerlo en proseguir antes que su debilidad y enfermedad perversa lo arrastre a cometer otros delitos.
Las víctimas, causadas por el horror de la represión gubernamental, sacuden las fibras más sensibles de los pueblos. En fin, el espíritu de la civilización prohíbe la impunidad. Los caídos por las balas del gobierno de Nicolás Maduro, hace que el pueblo se levante en insurgencia. El peso de la resistencia y el empuje de la lucha no violenta de los venezolanos, coloca en evidencia al Gobierno. La fiscal general de la República, Luisa Ortega Díaz, como antígona, pugna por justicia para sus hermanos. Su deber ser, dice: “…el Gobierno altera el hilo constitucional”. Denuncia: “… los uniformados están disparando al cuerpo de los manifestantes”. Advierte: “instrucciones prohíben disparos directos porque son letales”. Maduro, como el rey Creonte, va por ella, trata de desmentirla. Se muestra más violento, fraudulento, arbitrario y usurpador. Maduro, destruye la herencia republicana de ética jurídica y de libertades que dejaron nuestros fundadores y libertadores. Su constituyente, además de derogar el legado de su padre político, exhibe trampa e ilegalidad. Por ello, los opositores no solo lloran y entierran a los caídos. Van más allá, quieren rescatar para las presentes y futuras generación espacios para la libertad, buscan gobiernos que generen felicidad y paz verdadera.
Quieren, por encima de todo, democracia, propiedad privada, abrirse al mercado mundial, a la libertad de empresa, defenderse con fiscalidad moderada y seguridad jurídica, bajo el auspicio de una moneda estable para liberarse del hambre, la represión y la muerte. El pueblo se cargó de repudio contra sus opresores. Su voluntad inmarcesible lucha por las libertades políticas sociales y económicas. El terrorismo de Estado no los hará retroceder. Los caídos dan más vigor a la población, exigen más fidelidad y mayor esfuerzo a favor de la lucha democrática. Los venezolanos, por esto y mucho más, indeteniblemente van hacia la victoria final. Y todo, porque las libertades democráticas y el poder constituyente originario, están internalizados en la voluntad del pueblo. Esta es la lucha.