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En un conflicto en el que las fuerzas están más o menos equilibradas termina venciendo el que haya podido soportar mejor sus pérdidas. En otras palabras, en este tipo de conflictos todas las partes pierden, solo que al final una de ellas logra imponerse precariamente sobre la otra. Se trata al final de cuentas de una situación de destrucción profunda, en el que se pierden vidas e inclusive los cimientos de la sociedad. El ejemplo claro de Venezuela fue su largo y sangriento siglo XIX, marcado por constantes guerras civiles.
Sin el grado de violencia de aquellos conflictos postindependentistas, la situación venezolana hoy en día tiene algo de esas confrontaciones en las que el agotamiento es la principal, y tal vez única, estrategia a la que pueden o se atreven a apostar quienes están en conflicto. El Gobierno continúa apelando al uso de las leyes y las instituciones (ya sin duda ilegítimas) para mantenerse sobreviviendo; por su parte la MUD continúa apostando a una ruta electoral incierta, plagada de trampas y ajustes a conveniencia.
El punto aparente de encuentro pudieran ser las elecciones regionales, en las que como si se tratara de un tablero cada fuerza política pueda posicionar sus fichas, y a partir de ahí continuar con la convivencia no declarada que se ha desarrollado entre el Gobierno y las fuerzas políticas de la oposición. De esta manera el futuro político del país continúa definiéndose en torno a la táctica, dejando de lado la visión de largo plazo. Así, al igual que miles de venezolanos, las fuerzas políticas se encuentran tratando de sobrevivir.
Lo peligroso de este escenario es que pudiera durar más de lo que muchos creen, más allá de la crisis que ha tomado al país por asalto, la orfandad del pueblo se traduce en un desangramiento lento de la sociedad venezolana. Algunos porque se van, otros porque terminan sobreviviendo, y muchos más simplemente deambulando de un día a otro, se puede entrar en una inercia en la que solo se sepa que hay un conflicto, sin importar que ya nadie recuerde sus causas.
En ese mismo escenario siempre hay un factor imponderable, y es que frente al agotamiento que ha llevado a los rivales casi hasta su extinción se puede levantar un tercero, que siendo pequeño en condiciones normales pudiera ser un gigante en un contexto en el que todo ha sido arrasado. Basta recordar que el conflictivo siglo XIX venezolano encontró su cierre como ciclo por una serie de eventos que comenzaron con 60 hombres entrando desde Colombia por el Táchira y que pocos años después llevaron a Juan Vicente Gómez al poder.