“Había una vez un propietario que plantó un viñedo”

Este domingo la liturgia pone ante nuestros ojos, la espléndida imagen bíblica de la viña, referencia obligada que recorre toda la sagrada escritura, para representar el amor y la unión de Dios con nosotros su pueblo, un amor misericordioso, que llega al extremo de entregar la propia vida del Hijo de Dios en nuestras manos, para que por medio de su entrega, nosotros fuéramos restituidos e incorporados a la viña de la salvación

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario/ A

Este domingo la liturgia pone ante nuestros ojos, la espléndida imagen bíblica de la viña, referencia obligada que recorre toda la sagrada escritura, para representar el amor y la unión de Dios con nosotros su pueblo, un amor misericordioso, que llega al extremo de entregar la propia vida del Hijo de Dios en nuestras manos, para que por medio de su entrega, nosotros fuéramos restituidos e incorporados a la viña de la salvación.

Explicando el evangelio que leemos hoy, el Papa Benedicto XVI enseñaba:

“Lo que denuncia esta página evangélica interpela nuestro modo de pensar y de actuar. No habla sólo de la “hora” de Cristo, del misterio de la cruz en aquel momento, sino de la presencia de la cruz en todos los tiempos. De modo especial, interpela a los pueblos que han recibido el anuncio del Evangelio.

Aquí vemos claramente cómo el desprecio de la orden impartida por el propietario se transforma en desprecio de él: no es una simple desobediencia de un precepto divino, es un verdadero rechazo de Dios: aparece el misterio de la cruz… Desembarazándose de Dios, y sin esperar de él la salvación, el hombre cree que puede hacer lo que se le antoje y que puede ponerse como la única medida de sí mismo y de su obrar. Pero cuando el hombre elimina a Dios de su horizonte, cuando declara “muerto” a Dios, ¿es verdaderamente más feliz? ¿Se hace verdaderamente más libre? Cuando los hombres se proclaman propietarios absolutos de sí mismos y dueños únicos de la creación, ¿pueden construir de verdad una sociedad donde reinen la libertad, la justicia y la paz? ¿No sucede más bien —como lo demuestra ampliamente la crónica diaria— que se difunden el arbitrio del poder, los intereses egoístas, la injusticia y la explotación, la violencia en todas sus manifestaciones? Al final, el hombre se encuentra más solo y la sociedad más dividida y confundida.

Pero en las palabras de Jesús hay una promesa: la viña no será destruida. Mientras abandona a su suerte a los viñadores infieles, el propietario no renuncia a su viña y la confía a otros servidores fieles. Esto indica que, si en algunas regiones la fe se debilita hasta extinguirse, siempre habrá otros pueblos dispuestos a acogerla. Precisamente por eso Jesús… asegura que su muerte no será la derrota de Dios. Tras su muerte no permanecerá en la tumba; más aún, precisamente lo que parecerá ser una derrota total marcará el inicio de una victoria definitiva. A su dolorosa pasión y muerte en la cruz seguirá la gloria de la resurrección. Entonces, la viña continuará produciendo uva y el dueño la arrendará “a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo” (Mt 21, 41)” (Benedicto XVI, Homilía 5 de octubre de 2008).

Ojala que este domingo, nos conceda el Señor encontrarnos con Él en medio de la viña de nuestra vida, y que nunca jamás, optemos nosotros por emanciparnos de su gracia y su amor.

Raymundo A. Portillo.
Rixio G. Portillo.

Evangelio (Mt 21, 33-43)

En aquel tiempo, Jesús dijo a los Sumos Sacerdotes y a los Ancianos del pueblo esta parábola: “Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y se fue de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo. Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’. Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: ‘Este es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia’. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron. Ahora, díganme: cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?” Ellos le respondieron: “Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo”. Entonces Jesús les dijo: “¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable?.   Por esta razón les digo a ustedes que les será quitado el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos” . 

 

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