Hace
Horas antes de subirse al montículo el nerviosismo se apoderaba de aquel joven lanzador de 21 años, pautado para abrir el segundo juego de su carrera en las Grandes Ligas, ante los Orioles. Por su mente, rondaban las escenas grises de su debut, con Texas en 1989, cuando recibió par de jonrones y tres carreras limpias sin siquiera sacar un out.
Ese novel serpentinero era el zuliano Wilson Álvarez el 11 de agosto de 1991. Se alistaba para estrenarse con los Medias Blancas de Chicago, en el Memorial Stadium, de Baltimore. Los patiblancos lo obtuvieron en un cambio con los texanos el 29 de julio de 1989 y consideraban que ya estaba listo para retornar a las Mayores. No se equivocaron: tiró un no hit, no run ese día.
En su tarde, la labor del zurdo comenzó de la mejor manera. Ponches a Mike Devereaux, Juan Bell y Cal Ripken Jr., primeros tres bateadores de los oropéndolas, despejaron su mente para seguir con lo que, eventualmente, se convirtió en el primer no-hitter para un venezolano.
“Eso fue un alivio porque ponché a Cal Ripken Jr., considerado uno de los mejores”, dijo Álvarez en teleconferencia. “Ahí yo dije: ‘Hey, yo puedo lanzar, solo tengo que hacer mejores lanzamientos. Si ponché a este hombre, puedo hacer mi trabajo’”.
Susto
Los innings transcurrieron sin que el marabino advirtiera su ritmo. En la baja del octavo tramo, el receptor Bob Melvin soltó una línea entre los jardines derecho y central. Parecía imposible que cayera en el guante de un patrullero, pero el centerfielder Lance Johnson corrió cual ejemplar hípico ganador y se deslizó para evitar el primer indiscutible de Baltimore. En ese momento, Wilson descubrió su accionar.
“Durante el juego, cuando eso pasa, nadie te habla y nadie se te acerca. Yo me sentaba al final del dugout, solo. No me había dado cuenta (del no-hitter) porque estaba concentrado en lanzar mis pitcheos”, agregó Álvarez. “Me di cuenta cuando Lance Johnson se tiró de cabeza para atrapar la línea. Cuando él la agarró, se paró y levantó el guante en la misma dirección de la pizarra. Y dije: ‘Dios mío, pero si a mí no me han dado hits’.
De ahí en adelante, el criollo comenzó a cuidar más lo suyo. De hecho, en el último capítulo dio bases por bolas seguidas a Ripken y Dwight Evans. Le tiró un strike al primero de ellos y un gesto de su catcher, Ron Karkovice, fue la alerta para no retar al eventual miembro del Salón de la Fama.
“Esos boletos fueron para proteger el juego. El coach de pitcheo me dijo que estábamos ganando 7-0, que no le diera nada bueno a Ripken. Entonces me concentré”, siguió el “Intocable”, quien recibió una botella de champaña cortesía de su compañero Oswaldo Guillén al finalizar el histórico compromiso. “Karkovice me hizo una seña para que no le tirara strikes a Ripken para proteger el juego sin hits”.
Rindió frutos
Luego de 25 años del hito de Álvarez, aún le reconocen su proeza. Reconoce que le abrió puertas y fue la principal muestra, para sí mismo y para la organización, de que podría ser un serpentinero de alto nivel en las Grandes Ligas. “Me permitió ser alguien en la vida. Donde llegaba, me hacían sentir bien y me recibían bien, siempre estaré agradecido con el público venezolano”, soltó.
El actual instructor de lanzadores de Baltimore en la Liga de la Costa del Golfo sigue su camino en la pelota, en lo suyo: el pitcheo. En octubre, retornará al equipo de sus amores y sus inicios en el béisbol profesional venezolano, pues asumirá el mismo rol con las Águilas del Zulia para esta venidera temporada.
FIJO CON ÁGUILAS
Aunque Álvarez no estará con las Águilas del Zulia para el inicio de sus entrenamientos en la granja ubicada en la vía a Perijá, espera incorporarse al equipo antes del inicio de la temporada, el 6 de octubre. Asegura que la clasificación es la principal aspiración y que en sus planes está construir una rotación abridora que alterne derecho con zurdo de principio a final.